alucinógenos
El doctor Harry L. Williams deposita chorros del alucinógeno LSD mediante una jeringa en la boca del doctor Carl Curt Pfeiffer. (DP)

Somos, junto a Portugal, el país de la OCDE que más ansiolíticos consume. Casi cinco millones de españoles ya los tienen en su receta como medicamento habitual, la mitad de los empleados públicos los consumen a diario, y entre la población general cada vez son más quienes toman benzodiacepinas de forma ocasional a lo largo del año.

No somos una excepción ni una singularidad. Aunque aquí en España el Ministerio de Sanidad calcula que un tercio de los españoles tiene este problema, la epidemia se extiende por todo el mundo. Y en los países sin datos oficiales, como Afganistán o el cuerno de África, la tasa de suicidios no deja de aumentar, lo que podría ser un síntoma del mismo problema. Estamos cayendo en una frustración y tristeza constantes, con cada vez más afectados. Y todo esto explicaría en parte ese interés universal por los alucinógenos como el nuevo medicamento maravilloso para la salud mental.

Pero esta no es una promesa más con aroma a futuro, como la inteligencia artificial, la fusión nuclear, el metaverso o las criptomonedas. Porque conecta con una larga historia cultural iniciada en la década de los cincuenta, la de la psicodelia, con su mayor foco de difusión, California, cuya influencia se extiende hasta hoy, alcanzando a los ejecutivos de Silicon Valley.

Evolución cultural y técnica del gran viaje, y su regreso a nuestro tiempo

El libro Microdosis de Enrique Bunbury, que posiblemente no tiene más interés que la experiencia personal del músico, es un buen ejemplo del creciente interés popular por los alucinógenos. Y de su doble origen geográfico, México además de California. Estas dos cunas del movimiento contracultural de la psicodelia son claves para entender porqué unas pocas evidencias científicas han despertado de nuevo la creencia de que estas drogas pueden ser la panacea.

El responsable académico de haber fomentado el consumo de LSD como cura universal para los males de la humanidad —conflicto, guerras, avaricia, competitividad desmedida— desde California en los sesenta fue Timothy Leary. Psicólogo e investigador científico en Harvard, abandonó la universidad asegurando que después del descubrimiento del ácido lisérgico la terapia psicológica ya no tenía sentido. Cualquier padecimiento mental podía curarse con drogas. En su máximo momento de popularidad organizó una campaña para ser gobernador de California, los Beatles compusieron el himno «Come Together» para la misma, y entre sus propuestas estuvo la legalización universal y completa de las drogas. Richard Nixon le denominó «el hombre más peligroso de Norteamérica».

La otra gran influencia californiana llegó desde la literatura, con el escritor Ken Kesey, autor de Alguien voló sobre el nido del cuco. Retratado por Tom Wolfe en Ponche de ácido lisérgico, aquella historia de un viaje alucinógeno influyó en el nacimiento de la cultura hippie y en su reivindicación de paz universal, amor libre y consumo de drogas para ayudar a conseguirlo.

México también fue fundamental por la inmigración de mexicanos a EE. UU. y por la enmienda constitucional estadounidense que protege la libertad de culto en el país. Amparados en ella, los practicantes de cultos indígenas que incluyen microdosis de mescalina —la sustancia obtenida del cactus peyote— han podido consumirla desde los sesenta en todas las áreas del sur donde estas religiones están presentes.

Aldous Huxley sirvió de conexión cultural con el foco mexicano, al publicar en 1954 Las puertas de la percepción, donde describe los efectos de la mescalina y su capacidad para elevarte a un nuevo nivel de conciencia. El grupo The Doors tomó su nombre en homenaje a este libro, y toda la poesía de Jim Morrison, igual que sus letras, son un ejemplo de espiritualidad colocada.

Lo que quedó de aquella época fue la idea de que una sustancia podía cambiar la forma de pensar de las personas y conducirnos a una humanidad más solidaria, amorosa y capaz de convivir. Era una teoría, pero varios estudios científicos publicados en los últimos diez años han demostrado que efectivamente podría ser así. El interés científico, empresarial y social por las drogas psicodélicas volvió a dispararse.

Y eso lo aprovechó un autor actual, Michael Pollan, para escribir el bestseller Cómo cambiar tu mente en 2018. En cuatro capítulos conecta cuatro drogas, el LSD, la mescalina, el MDMA (éxtasis, polvo de ángel) y la psilocibina, con la historia de la psicodelia y las promesas científicas actuales. Consiguiendo atraer el interés de los magnates de Silicon Valley, que siguen leyéndolo o pueden verlo resumido en el reciente documental que ha hecho Netflix sobre él en 2022.

Pero ¿son realmente los psicodélicos el nuevo milagro?

Lo que dice la ciencia

Para ser eficiente en consumo energético, nuestro cerebro genera hábitos automáticos y selecciona recuerdos, lo que permite guiar nuestra conducta sin apenas pensar. Su expresión física es una estructura de conexiones neuronales que nos ayuda en la vida diaria. No es infrecuente que al conectarla hayan quedado fijos también en ella algunos traumas que nos conduzcan a la depresión o a otros problemas de salud mental. Y tal como experimentamos todos una vez somos adultos, nos cuesta más tener flexibilidad para adquirir nuevos hábitos o habilidades. La estructura neuronal es muy rígida y muy difícil de romper, así que luchar contra el origen físico de la enfermedad mental resulta a menudo casi imposible.

Lo que han demostrado los últimos estudios científicos es que los componentes activos de los hongos alucinógenos, el cactus peyote, el LSD y el MDMA pueden romper esa estructura. No solo eso. Permiten reconectarla de nuevo y superar completamente el trauma. El estudio científico más popular demostró que la psilocibina lo lograba en depresivos. La promesa es que podría hacerlo con una sola dosis, y para siempre.

Pero de momento la panacea no ha llegado. Cada droga alucinógena no solo funciona de manera distinta en el cerebro de cada paciente, sino que cada cerebro parece necesitar una dosis diferente. Es verdad que podrían acabar siendo tan revolucionarios como los antidepresivos, que supusieron un salto adelante en el tratamiento de la salud mental. Pero los científicos no están seguros, la afirmación viene más bien de las empresas farmacéuticas, que suben en bolsa cuando anuncian sus investigaciones con alucinógenos.

Queda además una pregunta por responder. Qué pasa con el mal viaje. Aquellos pacientes cuyos cuadros clínicos se agravan con estas sustancias, o esos casos, en el uso recreativo, donde personas que no tenían una patología psiquiátrica la han desarrollado. Especialmente neurosis y psicosis.

Popularidad gracias al boom de las microdosis

El estado de California está contemplando la despenalización de las drogas psicodélicas, como ya ha hecho con la marihuana. Aunque llevan tomándose allí por motivos recreativos y religiosos desde los sesenta, han sido los empresarios y directivos de Silicon Valley quienes han vuelto a ponerlas de moda. La mayoría participan en fiestas recreativas donde se consume psilocibina, ketamina, LSD, ayahuasca, peyote, etc. Se convocan mediante el servicio de mensajería cifrado Signal, cobran cientos de dólares por dejarte asistir, y defienden los beneficios de las microdosis para hacerte mejor en tu trabajo, sobre todo porque para sobrevivir allí tienes que ser excepcional. En estas fiestas se ve a personal de Facebook o Space X, el propio Elon Musk toma ketamina de forma habitual, y el fundador de Google Sergéi Brin, setas alucinógenas.

En España existe una oferta similar a través de reuniones psicodélicas privadas, y de las entidades religiosas registradas como oficiales en el Ministerio de Justicia. Las primeras ofrecen ocio turístico en la naturaleza a modo de retiro espiritual, donde experimentar con sustancias alucinógenas es parte de la experiencia de sanación. En las segundas el consumo forma parte del propio culto, como es el caso del Santo Daime con ayahuasca, o la iglesia umbanda con hongos alucinógenos, ambas de Brasil. En ninguno de ambos casos la promesa es análoga a la californiana, mejorar en tu trabajo, sino más bien está conectada con sanarte espiritual y físicamente.

Cualquiera puede además comprar por internet o en tiendas físicas plantas, setas y trufas para preparar ayahuasca o extraer psilocibina, y como en el caso anterior esto es debido a un área gris de nuestra legislación. El mejor ejemplo para explicarlo es la respuesta que dio en 2021 la Agencia Española del Medicamento a la plataforma española en defensa de la ayahuasca. Dado que todas las plantas usadas para preparar esa bebida contienen DMT, sustancia sujeta a prohibición como droga, no puede consumirse, fabricarse ni venderse. Otra cosa es que compres esas plantas para decorar tu jardín o cultives setas para coleccionismo.

En cualquier caso, sea en Silicon Valley o en el último rincón natural de Cataluña, no hay evidencia científica de que las microdosis generen los beneficios que prometen, más allá de su función recreativa. Y el uso farmaceútico y controlado siempre va acompañado de terapia, para que la reconexión cerebral se haga adecuadamente, eliminando el trauma.

Lo más alucinante de este viaje es querer usar psicodélicos para curar los males de nuestra sociedad en vez de cambiar las condiciones que los provocan. Es lo que Leary, Huxley, Morrison, los Beatles, o cualquier jipi de los sesenta hubiera llamado un mal viaje. (RAE informa, hippie es jipi).

Por Diario

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