En Estados Unidos no pasan estas cosas. Lo piensan en sus países millones de latinoamericanos todos los días y la frase vuelve una y otra vez en la conversación con el escritor peruano Juan Manuel Robles. Es lo primero que pensó cuando el 24 de junio de 2021 vio la noticia del derrumbe de la torre Champlain Sur, un edificio de 13 pisos en Miami Beach. Pero en ese momento la oración que sostiene un mito, que consolida un complejo de inferioridad y es una parte importante de la motivación de tantas personas que caminan hacia el norte en busca de un futuro mejor, tenía otro sentido. “¿Cómo es posible? ¿Si en Estados Unidos no pasan estas cosas?”, se preguntó retóricamente Robles al ver las imágenes de una torre residencial en primera línea de playa hecha añicos, un montón de cemento y hierro retorcido, como si la hubiera tumbado un terremoto propio de otras latitudes.

A partir de ese momento, responder a esa pregunta se fue convirtiendo un proyecto profesional que ha culminado en la publicación, bajo la editorial Planeta, del libro Tragedia en Collins Avenue. El desastre que conmocionó a Miami. El resultado es una especie de largo reportaje que se adentra en las vidas de quienes dormían cuando sus apartamentos colapsaron uno encima de otro, que expone las razones por las que pasó esta cosa que en Estados Unidos no pasa y que, en conjunto, retrata a partir de retazos una ciudad muy particular, latinoamericana y estadounidense a la vez. Desde su propia posición de migrante —vive en Nueva York con su pareja—, identificar con mirada punzante las continuidades y diferencias de dos culturas que convergen en una urbe moderna y convertir una torre caída en un nodo de historias que se esparcen por el continente, le ha renovado el asombro. Algo que, afirma, es fundamental para su trabajo.

Pregunta. ¿Cómo fue el proceso de investigación, de escritura y de esquematización narrativa de una historia que en realidad son muchas historias?

Respuesta. Bueno, eso ha sido para mí muy, muy rico, un proceso de aprendizaje. Yo comencé haciendo crónicas en los 2000, luego me dediqué más a la ficción y regresé de lleno con este proyecto. Y entonces me di cuenta de que ahora lo normal en un proyecto de este tipo es la abundancia de información, no la falta. Hay información de muchas fuentes y es increíble cómo eso te permite una base de investigación, cosas como los planos, como las demandas, como los materiales del propio edificio.

Pero en un momento decidí que quería escribir esto en torno a vidas: este es un libro de una tragedia, pero no es un libro sobre la muerte, es un libro sobre vidas. Entonces, una vez que comencé por ahí, me di cuenta de que había algo fundamental, muy poderoso, que son las redes sociales personales. Yo soy muy pegado a los hechos, no me gusta suponer cosas. No creo que la crónica, el periodismo narrativo, dé licencia. Entonces siempre he partido de la premisa de que uno no sabe lo que imagina alguien. Sin embargo, en este momento de redes sociales, uno tiene tal cantidad de información pública que en algunos casos una fotografía de Instagram te puede dar acceso a la emoción de un momento, y en buena cuenta, sí puedes acceder a un pensamiento, como antes con el diario íntimo. Entonces, para mí fue una experiencia de bucear y tratar de ordenar. Y de ahí fui más atrás porque en algunos casos las historias comienzan hace décadas.

P. Historias que confluyen y remiten a la historia reciente de América Latina…

R. Sí, totalmente. A mí me gusta la idea de la máquina del tiempo, yo creo que para eso hacemos crónicas también. Es una herramienta poderosa para ser muy precisos en cómo un mismo escenario cambia en el tiempo. Es interesante cómo en los inicios este lugar, que luego se ve muy calmo, era donde vivió la amante de uno de los narcotraficantes más importantes de Colombia; el esquema con el que se hizo el edificio fue típico de la era del lavado de activos. Me parece interesante como tantas cosas de la historia reciente de Miami, de la historia reciente Latinoamericana, pueden confluir en ese espacio.

Vista general del edificio colapsado en 2021.Amy Beth Bennett (AP)

P. Muchos de los personajes del libro son muy religiosos, ¿fue una sorpresa ver esto?

R. Es una sociedad muy conservadora, religiosa. Es una sociedad donde es fácil decir, si tienes dinero y bienestar, que es el orden natural de las cosas, que tú eres una persona que se ha portado siempre bien y no tienes mayores problemas de conciencia. Entonces sí, hay una religiosidad muy profunda. Un caso, el de Iliana Monteagudo [una de las pocas sobrevivientes], es emblemático porque además hace una suerte de propaganda. Dice, ‘mi historia es para la gente que tiene fe tibia’, porque dice que fue la voz de Dios la que la salvó. La que estaba enfrente de su puerta, una mujer, la mayor de todos, tenía noventa y pico años, muere con varios rosarios agarrados. La religión de los latinoamericanos permanece incólume y yo diría que es un común denominador.

Por otro lado, también, hay fes que son como producto de los tiempos y la incertidumbre. Aquí es fundamental el covid, que se respira en el libro, pues todo ocurre dentro de la pandemia todavía, en la ciudad que menos ha respetado cualquier medida. La gente no cree en el covid, simplemente, pero la gente cree en Dios, en el tarot, en la astrología. Porque la pandemia también fue una forma de destruir la confianza científica. Es una ciudad muy plástica, pero eso no la vuelve laica.

P. ¿El sujeto del libro son las víctimas, el edificio o Miami?

R. Creo que son los tres de muchas maneras. Uno a veces como cronista le pasa esto, que llega a un lugar y quiere contar cosas, pero siente que hay algo que se está perdiendo de vista. Entonces comienzas a mirar de qué lugar estamos hablando. Tenía que estar la historia de cómo estas estructuras gigantescas en Miami simplemente desaparecen, la industria de la demolición y construcción. También quise hacer historias de vidas. Pero en el fondo siempre está el edificio, que es un problema y poco a poco se convierte en una película de terror.

P. En el libro aparecen recurrentemente la política y el narcotráfico. ¿Cómo conviven las dos en Miami?

R. Cuando hablamos de narcotráfico, hablamos de Miami; o sea, la primera gran capital de narcotráfico fue Miami. Lo que se ve ahora en Medellín, en México, primero sucedió en Miami. Fue el primer sitio donde se vio, debido a tanto dinero, que se generaron arsenales y pequeños ejércitos que la policía no puede combatir de forma regular. Y esto se ha vuelto parte de la mitología gracias a Netflix u otras producciones anteriores. Pero luego, es una ciudad que ya no tiene ese componente de narcotráfico, pero que sigue siendo una ciudad donde hay una tensión entre el poder económico y la regulación, y generalmente pierde la regulación. Y ahí vuelve la pregunta: ‘¿Cómo es que pasa esto en un lugar donde las leyes supuestamente son muy claras?’.

P. ¿Y qué lección te llevas, además de que hay que tener mucho cuidado con las filtraciones de agua?

R. Me he dado cuenta de que Miami es de muchas maneras un lugar muy latinoamericano, pero no solamente por la gente que vive ahí, sino porque tiene formas de resolver las cosas similares y eso incluye por supuesto las irregularidades, la corrupción. Tienen muchos problemas no resueltos que tratan de resolver de maneras, a veces, pintorescas. Por ejemplo, Miami se está hundiendo, entonces, ¿qué hace la autoridad? Trata de elevar todos los muros. Y eso me pareció una buena síntesis: por un lado, es una cosa muy de dinero del primer mundo, pero, por otro lado, también es muy, muy elemental.

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By Diario

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