Los estudios médicos se realizaban en sus inicios en las dependencias del Hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. En 1893 se inauguró el edificio diseñado por el arquitecto Ricardo Magdalena, el edificio Paraninfo, para albergar las Facultades de Medicina y Ciencias. Esta última se trasladó en la década de los 50 al Campus de San Francisco, mientras que la de Medicina lo hizo en 1973, año en el que finalizó la construcción de la actual facultad y del Hospital Clínico. Poco tiempo después, en 1982, tuvo que ser ampliado dada la gran demanda.
Consta de varios edificios, que se someterán a una reforma integral y ampliación para adaptarse a las necesidades actuales y futuras, mediante una construcción sostenible para alcanzar un consumo casi nulo.
Recorrer sus pasillos y aulas es sumergirse en el pasado, con guiños a las historias que han acogido sus paredes durante medio siglo y al premio Nobel Santiago Ramón y Cajal, que da nombre al aula magna. El decano, Javier Lanuza, muestra distintas estancias de la facultad, destacando algunas curiosidades, como el pequeño jardín en el edificio A con una especie de rosa bautizada en su honor.
Algunas aulas de gran tamaño destacan por su pronunciada inclinación, con capacidad para 200 asistentes. Su diseño buscaba que los alumnos pudieran presenciar desde cualquier punto las labores de disección durante la clase de Anatomía. Aún conserva los lavabos originales. Las sillas tienen 50 años y por ellas han pasado muchas generaciones de estudiantes. El actual decano, entre ellos.
El recorrido pasa por otra de las instancias que muestran algunas joyas históricas que se han empleado (y algunas todavía se utilizan) para impartir la asignatura de Anatomía en la docencia del grado. Está concebida como un museo y recibe visitas de alumnos de bachillerato de colegios e institutos. La enseñanza combina diferentes piezas, óseas, cadáveres preservados o maquetas, inventariadas por Patrimonio, y reconstrucciones humanas por planos de disección.
Los profesores de Anatomía, Jaime Whyte y Alberto García, este último director del servicio de donación de cuerpos de la Universidad de Zaragoza, explican que las maquetas están hechas de distintos materiales, escayola, madera, papel maché, cera… Para asegurar su conservación, dice García, “lo importante es mantener una temperatura y humedad adecuadas para evitar su deterioro”. “Antes de que se permitiese el uso de cadáveres para la ciencia se utilizaban este tipo de maquetas”, señalan, como una figura humana que “permite ir sacando todos los planos musculares”.
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