PARÍS.– Es quizás uno de los últimos auténticos “atlantistas” de Estados Unidos. Por su historia personal, como miembro de su generación, Joe Biden era una garantía de fidelidad a sus aliados europeos, a la OTAN y, por ende, a la integridad de Ucrania. No solo por esa razón, los europeos tiemblan ante la idea del retorno de Donald Trump al poder. Aunque, por el momento, no todo está dicho.
“Europa conserva en la memoria los cuatro años de poder de Donald Trump como una verdadera pesadilla. Y ahora, la incertidumbre que instaló la renuncia de Joe Biden a presentarse para un segundo mandato no ha hecho más que aumentar”, reconoce Pascale Boniface, presidente del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS).
A tres años y medio de iniciada la guerra en Ucrania por Rusia, y contra toda previsión, Europa consiguió mantenerse unida mejor de lo esperado. Durante décadas después de la Segunda Guerra Mundial, el Viejo Continente contó con Estados Unidos como mejor garante de su seguridad. También dependió de Washington para guiar la política de la Alianza Atlántica, proveer disuasión nuclear y forjar consenso entre países europeos en temas controvertidos como, por ejemplo, resolver la crisis financiera europea de 2008. Después de que Rusia invadiera Ucrania en 2022, muchos anticiparon que los europeos darían un paso atrás en la ayuda a Kiev. Sobre todo porque, la última vez que Vladimir Putin atravesó las fronteras ucranianas —anexando la península de Crimea en 2014— el bloque respondió con unas débiles sanciones y tibias maniobras diplomáticas, aumentando al mismo tiempo su dependencia del gas ruso.
Pero las cosas cambiaron en los últimos años. Los 27 países de la Unión Europea (UE) —con escasas disensiones— hicieron bloque ante la agresión de Moscú recibiendo millones de refugiados, coordinando con sacrificio el remplazo del gas ruso, imponiendo duras sanciones y restricciones a la exportación de bienes rusos, entrenando soldados ucranianos e invitando a Ucrania a incorporarse al bloque, incluso aceptando ampliar sus fronteras abriendo el proceso de candidatura a Georgia, Moldavia.
Todos esos pasos estuvieron acompañados por una sólida relación transatlántica durante los cuatro años del gobierno de Biden. Ahora, sin embargo, en momentos en que Estados Unidos entra en un periodo de incertidumbre, los líderes europeos no pueden seguir contando con la posibilidad de un Estados Unidos con el mismo caudal de simpatía.
“Todos saben que deben prepararse para la eventualidad de que, en menos de un año, Estados Unidos vuelva a ser dirigido por Donald Trump”, analiza Boniface.
Y si eso sucede, el ex presidente republicano sugirió que negociará con Vladimir Putin “el fin de la guerra de Ucrania en 24 horas”, exigirá que Europa rembolse a Estados Unidos las municiones utilizadas en Ucrania, se retirará de los acuerdos sobre el clima de París, y transformará la economía global, imponiendo un aumento del 10% a las tarifas de todas las importaciones.
“Trump ha sido el primer presidente norteamericano que no trata a Europa como un miembro de la familia. Siempre se mostró más cómodo con autócratas como Vladimir Putin o el presidente chino Xi Jinping, que con los dirigentes europeos democráticamente elegidos”, señala Boniface.
En diciembre pasado, el senado norteamericano aprobó una regla haciendo más difícil para Trump retirar a Estados Unidos de la OTAN. Pero los europeos no pueden depender de una eventual cooperación militar serena con una administración Trump: el ex presidente siente una particular detestación por la Alianza y, cuando escoge su equipo de colaboradores, seguramente retendrá a aquellos que piensan como él. Por su parte, Putin interpretará el más ínfimo gesto de que presidente norteamericano no piensa respetar el artículo 5 de la OTAN como una invitación a poner a prueba la solidez del pacto atlántico, incluso atreviéndose a avanzar contra los países Bálticos.
Según los expertos, un segundo mandato de Donald Trump podría ser aun más duro para Europa y los europeos. El mismo aumentaría en forma dramática los peligros para la seguridad continental y las dificultades existentes. Y no solo en términos militares y de defensa.
“Con Trump, las relaciones entre China y Estados Unidos seguirán deteriorándose. Y esto afectará seriamente a las empresas que operan en ambas jurisdicciones: amenazando con sanciones secundarias, Trump podría obligar a las firmas europeas a cesar de operar en China o presionar a los europeos para que bloqueen inversiones chinas en el continente. Europa también podría ver su soberanía digital afectada. Porque, para sus capacidades de geolocalización, comunicaciones satelitales, data privacy e Inteligencia Artificial (AI), el bloque depende de Estados Unidos.
Durante décadas, el fortalecimiento democrático de Europa se movió a la par del de Estados Unidos. En 2021, la administración Biden hizo un forcing en defensa de la libertad de prensa en Polonia, convenciendo al presidente de ese país de que vetara un proyecto de ley que debía amordazar las radios y televisiones nacionales.
“Si llegara nuevamente al poder, Trump podría perfectamente tratar de debilitar aun más las instituciones democráticas, tanto en Estados Unidos, como en Europa. Esto alentaría a todos los populistas y euro-escépticos europeos, que esperan con impaciencia que el ex presidente republicano llegue nuevamente al poder”, analiza Patrick Martin-Genier, especialista en relaciones Internacionales.
Como prueba, la inmediata reacción de satisfacción del líder soberanista de la Lega italiana, Matteo Salvini, para quién “Trump tiene ideas claras. No es un misterio mi preferencia por él y los republicanos, considerando que representa el retorno a la paz”.
Por su parte, rompiendo la regla de no injerencia en los asuntos internos de un país, Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea saliente, reconoció este domingo que, con seguridad, “habrá una diferencia bastante significativa para las relaciones transatlánticas dependiendo de quién esté después de la votación”.
No obstante, si bien los europeos se preparan para toda eventualidad, como lo dicta la prudencia, la mayoría señala que “no todo está dicho” en cuanto a los resultados de la elección presidencial en Estados Unidos. Aun los más fervientes admiradores de Joe Biden consideran que, “esta semana comenzó una nueva campaña, que los demócratas podrían muy bien ganar. En verdad, a juzgar por la febrilidad de las últimas horas en el campo republicano, es legítimo esperar”.
Ian Lesser, director de la Fundación alemana Marshall en Bruselas, estima que “si la candidata oficial fuera Kamala Harris, no hay ninguna razón para pensar que la Casa Blanca cambiará su posición con respecto a Ucrania y los lazos transatlánticos. Tal vez la ayuda militar y las relaciones económicas padezcan ciertas tensiones, pero nunca será lo mismo que con Trump en la presidencia”.
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