La mañana del 30 de junio de 1908, una gigantesca bola de fuego atravesó los cielos de la meseta central siberiana, desatando una explosión equivalente a 300 bombas atómicas. El fenómeno, conocido como el evento de Tunguska, derribó más de 80 millones de árboles en un área de 2.100 kilómetros cuadrados y dejó a los científicos perplejos por más de un siglo.
La fuerza de la explosión fue tan poderosa que las ondas expansivas fueron registradas por barómetros en toda Europa y se sintieron a más de 65 kilómetros del epicentro. Durante las dos noches siguientes, el cielo nocturno permaneció iluminado en Asia y partes de Europa, lo que generó múltiples reportes y especulaciones sobre lo ocurrido.
El misterioso evento no dejó un cráter, un hecho que ha llevado a siglos de debate y teorías diversas sobre la causa del desastre.
La hipótesis más aceptada hoy en día, según la NASA, apunta a que una roca espacial de aproximadamente 37 metros de ancho penetró la atmósfera terrestre a 53.000 kilómetros por hora, alcanzando una temperatura de 24.000 grados Celsius. Este bólido explotó a ocho kilómetros de altura, causando una devastadora onda expansiva sin impactar directamente con la superficie terrestre.
Sin embargo, la primera expedición al sitio del impacto no se realizó hasta 1921, cuando el científico Leonid Kulik del Museo de Mineralogía de San Petersburgo intentó acercarse a la zona devastada. A pesar de sus esfuerzos, descubrió que la región era demasiado inhóspita para avanzar.
En 1927, Kulik encabezó una segunda expedición y encontró miles de kilómetros calcinados. Sorprendentemente, no halló un cráter ni restos del meteorito, solo árboles sin ramas ni corteza aún en pie en un área de cuatro kilómetros de diámetro.
Este enigma ha inspirado diversas teorías, algunas carentes de sustento científico, como la explosión de antimateria o la formación de un mini agujero negro. Una nueva hipótesis, publicada en 2020 por la Royal Astronomical Society, sugiere que el evento fue causado por un meteorito de hierro de 200 metros de ancho que rozó la Tierra a una distancia mínima de 10 kilómetros antes de seguir su órbita. Este roce generó una onda de choque de tal magnitud que provocó los devastadores efectos observados en Tunguska.
Los testimonios de los habitantes locales, que Kulik logró obtener, ofrecen una clara visualización del suceso. S. Semenov, un testigo que se hallaba a 60 kilómetros del impacto, narró: “A la hora del desayuno estaba sentado junto a la casa de postas en Vanavara (…) de repente, vi que directamente hacia el norte, sobre la carretera Tunguska de Onkoul, el cielo se partió en dos y apareció un fuego a lo alto y ancho sobre el bosque. La división en el cielo se hizo más grande y todo el lado norte estaba cubierto de fuego”.
“En ese momento me puse tan caliente que no pude soportarlo, como si mi camisa estuviera en llamas; del lado norte, donde estaba el fuego, llegó un fuerte calor. Quería arrancarme la camisa y tirarla abajo, pero luego el cielo se cerró y sonó un fuerte golpe y volé unos metros”, continuó su relato.
Y agregó: “Perdí el sentido por un momento, pero luego mi esposa salió corriendo y me llevó a casa (…) Cuando el cielo se abrió, el viento caliente corrió entre las casas, como de los cañones, que dejaron rastros en el suelo como caminos, y dañaron algunos cultivos. Más tarde vimos que muchas ventanas estaban rotas y en el granero, una parte de la cerradura de hierro se rompió”.
Cada año, unas 16 toneladas de meteoritos entran en la atmósfera de la Tierra, la mayoría de los cuales son tan pequeños que pasan desapercibidos. Sin embargo, eventos como el de Tunguska ponen de manifiesto el potencial destructivo que algunos meteoritos pueden tener. Aunque el último impacto globalmente catastrófico data de hace 65 millones de años, el evento de Tunguska sigue siendo un recordatorio de la vulnerabilidad del planeta ante rocas espaciales de gran magnitud.
La dificultad de acceder a la zona, unida a la ausencia de pueblos cercanos al epicentro, contribuyó a que la investigación del fenómeno se demorara más de una década. Durante este tiempo, las explicaciones variaron y teorías alternativas tomaron fuerza. “Los esfuerzos de Kulik rompieron el hermetismo de los pobladores, que aportaron los primeros testimonios del evento de Tunguska” explicó la NASA.
[
,
,