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Julia tiene 24 años, pero desde que tiene uso de razón su sueño era ser arquitecta. Igual que su padre. Es la hija mayor de un matrimonio oriundo de Pergamino que de jóvenes vinieron a estudiar a “la capital” y no volvieron. Recuerda con entusiasmo que de niña le fascinaba ir con su padre a las obras que él dirigía. Fue por eso que cuando terminó el secundario no lo dudó y se anotó en la carrera de Arquitectura. Pero su pasión la llevó más allá, a 11.000 kilómetros de distancia de sus afectos y su cultura. En un momento complejo e incierto del mundo, durante la pandemia del coronavirus, ella se arriesgó y tomó una decisión que marcó para siempre su vida. Esta es su historia.
“No me arrepiento de nada. Fue una gran experiencia, siento que aprendí y crecí mucho. Conocí mucha gente y me queda la satisfacción de haberlo logrado. Hoy cuando me enfrento a situaciones complicadas pienso “estuve sola allá, ¿cómo no voy a poder con esto?”, dice Julia Zoppi en el living de su casa en Belgrano.
-Imagino que siendo la hija mayor, seguir los pasos de tu padre fue para él un orgullo.
-Orgullo sí, aunque él no estaba convencido de mi elección. Creo que fue porque a él le costó mucho salir adelante… Acá, en la ciudad, ellos no tenían nada cuando decidieron quedarse y todo fue a fuerza de mucho sacrificio. Él me decía que la carrera era muy linda, pero la práctica era complicada y más siendo mujer. Pero ahora, en ese sentido, los tiempos cambiaron… Es cierto que, muchas veces, voy a las obras y soy la única mujer. Pero yo estaba decidida.
-¿Sentís que hay discriminación en las obras?
-No, hasta ahora nunca lo sufrí. De hecho creo que a veces por ser mujer te respetan un poco más o te tratan mejor.
Julia egresó del secundario en 2017 y al año siguiente comenzó su carrera de arquitectura en la Universidad de Belgrano. “El tema de la universidad fue un dilema. Por un lado estaba la UBA pero, por otro, la universidad privada ofrecía la posibilidad de intercambio que era lo que yo quería. Siempre había fantaseado con la idea de hacer una experiencia fuera del país”.
-¿Cómo te fue en la universidad?
-Muy bien. Hice primero y segundo año presencial. Ahí conocí a Rocío y enseguida congeniamos. Nos hicimos muy amigas . Después llegó la pandemia del covid y fue complicado porque estaba todo el día encerrada en mi casa. Arquitectura es una carrera que exige hacer muchos trabajos en grupo, entonces estaba todo el día por zoom haciendo trabajos en grupo. Lo bueno fue que nos enfocamos más en la parte digital, hacíamos todos modelos 3D y aprendimos mucho sobre eso. Recuerdo que hubo una entrega que tuve que hacer la maqueta y enviarle las fotos al profesor de la maqueta. En ese tiempo, fue cuando tomé la decisión.
-¿Cuál fue la decisión?
-Viajar a Milán, Italia para obtener la doble diplomatura. Viajé en el segundo cuatrimestre de 2021. Yo siempre había querido irme, desde que arranqué pensaba en el intercambio. Por eso siempre me esforcé por tener un buen promedio y conseguir una beca. Estaba muy enfocada. Me gustaba la idea tener una experiencia de vivir y estudiar afuera. Después, cuando apareció la posibilidad de hacer una doble diplomatura, pensé que eso era aún mejor porque iba a volver con algo bajo el brazo, no solo con la experiencia de haber estado allá, aunque implicaba más tiempo, un año y medio.
-En ese momento tan complejo, en pandemia, cuando todos pensábamos que lo más seguro era quedarse en la casa, ¿cómo reaccionó tu familia?
-Me apoyaron. Les gustó la idea porque ellos sabían que yo desde que empecé a estudiar soñaba con eso… tal vez mi mamá, cerca de la fecha, fue la que tuvo más dudas. Pero mis padres son de la idea de “lanzarnos a la vida”, de darnos todas las herramientas y posibilidades que estén a su alcance para que lo logremos con éxito. Mi hermano, que está en el secundario, se fue hace poco también de intercambio a Manchester. Creo que ellos tratan de que tengamos la mente lo más abierta posible, para ellos lo valioso son las ideas, las experiencias. Yo me fui sin vacunas.
-¿Por qué Milán?
-Al principio, la opción era Barcelona. La ciudad me encantaba y por el tema del idioma la sentía más amigable. Pero después pensé bien y Milán es la cuna del diseño, además con otro idioma la experiencia va a ser completamente distinta.
-Claro, el idioma, ¿sabías hablar italiano?
-No, no sabía nada de italiano. Pero me dijeron que hablando inglés iba a estar bien porque a la universidad, el Politécnico de Milán, iban chicos de distintas partes del mundo y por ese motivo ofrecían las mismas clases en inglés y en italiano. Igual cuando llegué allá tomé todas las clases en italiano. ¡Quería aprenderlo!
En agosto 2021, Julia viajó con Rocío, su amiga. “Nos confirmaron que nos aceptaban dos meses antes del inicio de clases. Estaba en pánico, no sabía ni dónde iba a vivir. Me fui sin vacunas, me las pusieron allá. Cuando me fueron a despedir a Ezeiza me despedí de mi familia en el estacionamiento porque por el protocolo nadie podía entrar”.
-¿Cómo consiguieron alojamiento?
-Rocío tiene familia viviendo cerca de Milán y sabía italiano, así que ella fue una guía al principio. Pero nos costó conseguir un departamento. Las clases arrancaron en septiembre y el primer día de clases no teníamos departamento, las valijas las habíamos dejado en la casa de unas amigas que habíamos conocido ahí. Nos costó mucho encontrar un departamento porque teníamos la contra de que nadie nos quería alquilar porque éramos extranjeras, estudiantes… Por suerte, ese mismo día, el propietario de un departamento, Simone, se apiadó de nosotras. Nos salvó la vida. Ese mismo día, compramos las sabanas en un supermercado.
-¿Cómo fue el primer día de clases?
-Como queríamos aprender el idioma y conocer la cultura nos anotamos en todos los cursos en italiano. Fue un doble desafío.
-Suena lindo, ¿pero cómo resultó la experiencia?
-El primer día de clases dije ‘¿por qué hice esto?’ (risas). No entendía nada, encima todos estaban con los barbijos y yo me había sentado atrás porque cuando llegué no había lugar… fue horrible. Daban las indicaciones para el primer trabajo que había que presentar y no entendía nada. Me acuerdo que en el cuaderno que había llevado ese día para tomar apuntes no pude anotar nada.
-¿Qué hiciste?
-Cuando salí de la clase me largué a llorar. Ahí llamé a mi familia y mis amigas. Mis padres fueron un soporte emocional muy grande. Me acuerdo que los llamaba por videollamada llorando y me decían que me tranquilice, que iba a pasar, que al principio es difícil, pero que me iba a adaptar, que yo podía hacerlo… Todos los 21 de septiembre mi papá siempre nos regala flores y ese día me dijo: “Julia andá a comprarte un ramo de flores”. Fueron detalles que estando lejos me hicieron sentir cerca, me sanaba el corazón. Y tenían razón.
-Imagino que llegó la primera entrega o examen, ¿cómo fue?
-En el Politécnico me fue muy bien. Terminé con un promedio 110 e lode, que es el máximo. Se lo debo a los amigos que hice allá, Alexandre, Luca y Ana.
Julia siente que la experiencia de haber estado sola, lejos de la comodidad y seguridad de su hogar, la ayudó a crecer. “De la noche a la mañana me volví adulta”. Rescata las amistades que hizo en Milán, ellos la ayudaron a sentirse “como en casa”. “Éramos un grupo de trabajo y nos hicimos muy amigos. Durante ese tiempo ellos fueron como mi familia. Los fines de semana me invitaban a comer a sus casas, con sus familias y una Navidad fuimos a Polonia, donde vivía la familia de uno de ellos.”
-Hoy parece que todos los jóvenes piensan en irse a vivir afuera. ¿Qué pasó en tu caso? ¿Fue una opción?
-Sí, podría haberlo hecho. Antes de terminar me habían ofrecido trabajo en un estudio importante, pero justo era el último cuatrimestre con muchos exámenes y yo tenía la energía puesta en terminarlo. Mi padres me estaban bancando estar allá y pensé que lo mejor era focalizarme en terminar. Además tenía que volver a hacer el tesis acá. Hoy no descarto la posibilidad de volver, aunque ahora estoy con mis proyectos acá y eso me entusiasma mucho.
-¿Te arrepentís de algo?
-No. Me costó muchísimo porque es otra cultura completamente distinta a la nuestra, aunque uno piense que Italia es más familiar. Los inviernos allá son muy duros, a las cuatro de la tarde ya es de noche. Después cuando empezó la guerra en Ucrania tuve miedo porque, al principio, no se sabía cuál iba a ser la postura de Europa y yo pensaba “¿qué hago acá?”. Pero no me arrepiento de nada.
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