Todas las elecciones presidenciales, no importa dónde sean, son históricas. Todas cambian o profundizan el futuro de un país. Algunas, sin embargo, lo son más que otras, sea por lo que evitan, modifican, desnudan, mejoran o empeoran y por cómo condicionan al resto del mundo.
Los comicios Estados Unidos entre Joe Biden y Donald Trump tienen todos esos condimentos. Reflejan la metamorfosis política de Occidente; su polarización entre las ideas de libertad e igualdad, entre nacionalismos y globalismos y entre un conservadurismo revitalizado, un centro desvencijado y un progresismo cuestionados. Representan además la disputa entre los dos estilos de liderazgos que hoy tratan de repartirse el dominio la democracia, los outsiders populistas versus el establishment más moderado. Y proyectan su influencia –la del país aún más poderoso del mundo- hacia un planeta amenazado por guerras, rivalidades geopolíticas, la ausencia de acuerdos internacionales, una naturaleza inquieta, una economía global adelgazada y una transformación tecnológica acelerada e incierta. Al martes 5 de noviembre no le faltará nada.
Como si eso no fuera poco, la campaña hacia ese día tiene otros ingredientes: desconcierto, miedo, intriga. Más que nunca, la carrera presidencial norteamericana está llena de sorpresas e incertidumbre. El vértigo de los últimos 50 días lo deja en evidencia: la condena penal a Trump; los tropezones de Biden en el debate; la presión demócrata para que el presidente desista de la candidatura; el atentado contra el exmandatario; la inusitada cohesión republicana y el aura de invencibilidad en la convención opositora.
Faltan todavía tres meses y medio para el día de la votación y Trump lleva una ventaja cómoda e inédita al punto de que los republicanos creen que su triunfo es inevitable. ¿Puede haber otra sorpresa que tuerza el rumbo de la campaña? ¿Tienen los demócratas un as en la manga para revertir las encuestas? ¿O es ya una victoria republicana cantada? Un análisis de los sondeos pronostica que todavía hay lugar para el asombro.
Hoy las encuestas sin excepción apuntan a una ventaja creciente del expresidente. Los dos principales promedios de sondeos muestran a un Trump a la cabeza desde septiembre de 2023 con números que se alejan más y más de Biden, en especial a partir de la convención, que terminó el jueves pasado. Por su lado, el promedio de RealClearPolitics registra una diferencia de tres puntos porcentuales, la mayor para el expresidente en este ciclo electoral. Para el promedio del sitio 538, en tanto, la diferencia que saca el nominado republicano es de 3,2 puntos.
Esos números son refrendados por el estudio de las chances de triunfo que hace Nate Silver, uno de los gurúes de las encuestas presidenciales de Estados Unidos. Con casi el 75% de probabilidades, Trump está ya a metros de volver a la Casa Blanca. Pero Silver enciende una alarma para la oposición al advertir que, desde el miércoles pasado, las chances de Trump bajan en los sitios de apuestas políticas; en Polymarket, por ejemplo, cayeron de 72% a 62%. ¿Por qué ese día? Porque fue el momento en el que se disparó la presión demócrata para que Biden se baje de la nominación. Algunos sitios de apuestas incluso muestran que hay una candidata demócrata que tiene más probabilidades que Trump de ser presidenta en caso de un cara a cara con el exmandatario. Sí, es mujer, pero no es Kamala Harris.
Ésta es la tercera campaña presidencial de Trump y a esta altura de las dos anteriores estaba muy a la retaguardia de Hillary Clinton, en 2016, y de Biden, en 2020. Hoy lleva una diferencia mayor a tres puntos que parece a prueba de cualquier dato negativo, sea la condena penal en un tribunal de Nueva York o las frecuentes incitaciones al odio que lanza el exmandatario.
En julio de 2020, Biden llevaba una ventaja de 9,5 puntos sobre el entonces presidente, según los promedios de sondeos. Finalmente, la diferencia en el sufragio popular de noviembre de ese año fue bastante menor (4,5%) por dos razones. Por un lado, el voto republicano empezó a decantarse por Trump recién en la recta final de la campaña. Y por el otro, las encuestadoras cayeron en el mismo error que las había desorientado en 2016: no lograron detectar el voto oculto o vergonzoso del empresario republicano.
Con ese contexto y la ventaja actual del expresidente, no es alocado imaginar que Trump se encamina a una situación inédita en su vida política: llevarse el voto popular por una diferencia aplastante. En 2016, derrotó a Hillary en el Colegio Electoral (el órgano en el que los delegados de cada Estado eligen al presidente), pero perdió en el sufragio popular.
Este año, el expresidente podría llevarse los dos. Además de liderar en la intención de voto individual, Trump encabeza los sondeos de los 10 estados decisivos, es decir los estados que no son dominados ni por demócratas ni republicanos y fluctúan de comicios en comicios. Según el último sondeo, publicado el jueves por la cadena CBS, en esos estados también lidera el expresidente, con una ventaja promedio de tres puntos porcentuales, la mayor diferencia en lo que va de este ciclo electoral.
Llevarse el voto popular y el Colegio electoral sería un triunfo rotundo de Trump, que volvería a la Casa Blanca con un poder y una legitimidad varias veces mayor a los de 2016. Las encuestas también pronostican que ese impulso de victoria les permitiría a los republicanos mantener la Cámara de Representantes y recuperar el Senado.
Si a eso se le suma que la Corte Suprema tiene una mayoría conservadora de seis jueces contra tres, el control de Trump sobre Estados Unidos sería total, un escenario que alimenta el pánico y las proyecciones catastróficas de los demócratas.
Pero faltan tres meses y medio y algunos fenómenos escondidos podrían descolocar a los republicanos. Biden no es el único candidato que genera rechazo entre los norteamericanos; él y Trump lo hacen por igual. De acuerdo con un sondeo del Centro Pew de este mes, el 63% de los estadounidenses se avergüenza de sus candidatos y el 53% cree que los dos deben ser bajarse de la nominación.
Los demócratas parecen estar encaminados a hacerlo. Los republicanos no, todo lo contrario; se aglutinaron detrás del expresidente después del atentado y de la convención como poco lo habían hecho en la era Trump. Hay, sin embargo, un pequeño riesgo de que esa cohesión sea un espejismo.
En ese sondeo de Pew, el 26% de los republicanos dice que el expresidente no debería ser el candidato del partido. ¿Qué pasará con el voto de ese grupo si los demócratas sí cambian a su nominado? ¿Cambiará de filas y se decantará por el postulante demócrata en rechazo a Trump?
El expresidente lleva una ventaja marcada, pero no lo suficientemente grande como para darse el lujo de perder a ese grupo.
En esa encuesta de Pew, los demócratas se muestran más impacientes que los republicanos con Trump; el 71% de los votantes oficialistas creen que el actual presidente no debería ser el elegido de su partido. Eso, además de los traspiés presidenciales y los escenarios oscuros de una victoria total republicana, explican las crecientes maniobras demócratas para desplazar a Biden.
Al presidente no lo favorecen ni las encuestas, ni el establishment de su partido ni la historia. Nunca un mandatario norteamericano con la popularidad tan baja como la de Biden (38,5% según el sitio 538) logró la reelección.
Encabezados por Nancy Pelosi, la dirigente más influyente del partido, los demócratas ya no guardan las apariencias en su jugada para convencer a Biden de bajarse. Ellos ven algunas oportunidades en las encuestas para una vez que logren restaurar unidad del partido y alinearse por completo detrás de un nuevo candidato o candidata.
La opción natural –y menos problemática para llegar a consensos- sería la vicepresidenta norteamericana, Kamala Harris.
¿Podrá ella presentarle batalla al exmandatario? ¿O el daño de la candidatura de Biden y las internas demócratas es tal que la victoria republicana ya está cantada?
Los pocos sondeos (Reuters, YouGov) que indagaron en las probabilidades de la exsenadora de California muestran a una Harris que se desempeña mejor que Biden, pero que empata o pierde con Trump.
Los demócratas confían en que, una vez que Biden renuncie a la candidatura y Harris sea la protagonista central de la campaña, esos números mejorarán significativamente. Apuestan, sobre todo, a la alta popularidad que exhibe la vicepresidenta entre los latinos, los afroamericanos, los jóvenes y las mujeres, grupos que fueron determinantes para el triunfo de Biden en 2020 y hoy se dicen muy desencantados con él.
De a poco, los sondeos empiezan a probar otros posibles candidatos demócratas contra Trump, desde gobernadores como Gavin Newsom (California) y Josh Shapiro (Pensilvania), hasta miembros del gabinete y una ex primera dama, como Pete Buttigieg y Michelle Obama. Ninguno despliega números mejores que los de Harris.
Las casas de apuestas políticas tienen sí una preferida. Gretchen Withmer, la popular gobernadora de Michigan, votada incluso por un amplio sector republicano, es la única demócrata con chances (55%) de derrotar a Trump en caso de ser elegida, según el sitio Manifold.
Los dirigentes demócratas se esperanzan además con tres fenómenos que van más allá del nombre final para las boletas de noviembre próximos y que podrían convertirse en las sorpresas de lo que resta de la campaña.
Por un lado, estiman que, en su afán de corregir el sesgo anti Trump de 2016 y 2020, las encuestadoras se fueron para el otro lado y ahora ignoran el voto silencioso demócrata o anti Trump. Lo justifican con lo que ocurrió en algunas de las últimas primarias republicanas.
En por lo menos tres de esas elecciones internas -Iowa, Nueva Hampshire y Carolina del Sur- el expresidente obtuvo una diferencia sobre Nikki Haley significativamente más pequeña que la pronosticada por los sondeos. El menor de esos márgenes fue de dos puntos porcentuales (Carolina del Sur) y el mayor, de siete. Ambos son diferencias que le servirían al oficialismo para intentar una remontada.
Por otro lado, la cúpula demócrata apela a la fuerza del pasado para argumentar que Trump no es buen candidato. Advierte que la única elección que ganó el expresidente fue la de 2016 y después, nada. De la mano de Trump, los republicanos perdieron, en las legislativas de 2018, la Cámara de Representantes; en 2020, abandonaron la Casa Blanca y, en 2022, se les escapó el Senado y apenas lograron mantener la cámara.
El oficialismo apunta además a un tercer fenómeno, llegado desde Europa. Los demócratas apuestan a que el liderazgo blindado de Trump en los sondeos va a asustar tanto a una porción de los votantes independientes que habrá en Estados Unidos una reacción anti extrema derecha similar a la que evitó que el partido de Marine Le Pen llegara al poder en Francia hace algunas semanas.
Esos fenómenos les permiten a los demócratas alimentar esperanzas de una nueva sorpresa, tal vez la mayor de todas a esta altura: mantener la Casa Blanca.
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