Las aves emplean su reloj biológico durante la migración para compensar la posición cambiante del sol, las abejas disponen de relojes para ajustar estacionalmente sus visitas a las flores cuando están abiertas, el reloj circadiano participa en el inicio de la reproducción y migración de las mariposas monarca mediante detección de cambios estacionales. Aunque probablemente la amplitud de la variación estacional sea menor en los human…
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Las aves emplean su reloj biológico durante la migración para compensar la posición cambiante del sol, las abejas disponen de relojes para ajustar estacionalmente sus visitas a las flores cuando están abiertas, el reloj circadiano participa en el inicio de la reproducción y migración de las mariposas monarca mediante detección de cambios estacionales. Aunque probablemente la amplitud de la variación estacional sea menor en los humanos que en otras especies, nuestro organismo también realiza un seguimiento de las estaciones. A medida que los días se prolongan con el verano, nuestra red circadiana responde bioquímicamente al cambio. Además, en verano acostumbramos a estar menos ocupados y nuestra percepción del paso del tiempo se ralentiza. ¿Cómo operan estos dispositivos de cronometraje? Comprender cómo ajustar nuestro reloj interno podría llevarnos a una experiencia de temporada más placentera y saludable.
Russell Foster, director del Instituto del Sueño y Neurociencia Circadiana, en la Universidad de Oxford, es una especie de relojero en cronobiología. “Descubrimos que el ojo contiene un tercer sensor de luz. Los conos y bastones de la retina proporcionan nuestro sentido del espacio o la visión, pero un pequeño número de células ganglionares fotosensibles de la retina o pRGC (del acrónimo en inglés) detectan la luz ambiental y envían la información al reloj maestro del cerebro, proporcionándonos nuestro sentido del tiempo. Fue un descubrimiento sorprendente”, explica Foster. “Los ratones y los humanos, que carecen por completo de conos y bastones, aún pueden configurar sus relojes con el mundo exterior; puedes ser invidente, no tener absolutamente ninguna detección de imágenes y, aun así, regular tu reloj biológico”. Y aclara que, “dado que nuestro planeta gira alrededor del Sol, nuestros ritmos están organizados dentro de un estrecho margen que se extiende un poco más de 24 horas en relación con los periodos de luz y obscuridad”. El mismo reloj maestro que nos ayuda a adaptarnos a las fluctuaciones entre el día y la noche, el núcleo supraquiasmático, también registra cambios durante las estaciones. Por ejemplo, luz matutina del verano avanza nuestro reloj y tendemos a dormir menos que durante los oscuros y fríos meses del invierno.
Sin embargo, vivimos en sociedades industrializadas donde prevalece el uso generalizado de la luz artificial; nuestros trabajos y actividades sociales se extienden las 24 horas del día y viajamos por diferentes zonas horarias, a menudo nuestros ritmos internos quedan fuera de sincronización. Abusamos de nuestro sistema circadiano y del ciclo de sueño-vigilia, lo que compromete la capacidad del cerebro para procesar información. El ritmo es una propiedad intrínseca de cada una de las células del organismo y su alteración acarrea efectos negativos para la salud en general y tiene un impacto más amplio en enfermedades complejas. Somos criaturas inextricablemente ligadas al tiempo, como dice el filósofo Maurice Merleau-Ponty: “En todo momento estamos en el tiempo, nosotros mismos somos tiempo”.
Pero si cada una de nuestras células se aferra a una temporalidad regida por un reloj maestro, ¿cómo conciliar tales mecanismos, biológicamente determinados, con nuestra manera tan personal de estar en el tiempo? El tiempo demuestra aquí su capacidad de sembrar confusión. Un paciente me dice: “No sé cuánto tiempo llevo viniendo a verte. A veces parece una eternidad, a veces siento que comencé ayer”. Podríamos decir que existe un tiempo lineal y otro circular o psíquico. Los contenidos inconscientes no parecen verse afectados por el paso del tiempo (una ofensa recibida hace años, una vez que ha llegado a fuentes emocionales inconscientes, sigue actuando como si fuera actual, nada parece alterarla). El tiempo en psicoanálisis no es el del reloj: es tiempo psíquico, tiempo subjetivo regido por la lógica del inconsciente. Se distingue del tiempo astronómico, incapaz de abarcar la temporalidad de la experiencia humana —la mortalidad, la continuidad y discontinuidad de las identidades, la memoria y el olvido—.
¿Qué podemos hacer para mantener saludable nuestro ritmo circadiano en los cambios de estación? La clave está en comprenderlo y procurar no abusar de él, tomar en cuenta las demandas del cuerpo simplemente para funcionar de manera efectiva. Según Foster, “se trata de estar sintonizado con las exigencias que te impones a ti mismo”, y sugiere: “El sueño es importante, pero, sobre todo, relájate, sigue la temporada, no luches contra ella, abrázala. Acepta el cambio estacional. Somos perfectamente capaces de adaptarnos”. Consiste en prestar atención a las señales temporales, la más importante es la luz ambiental, pero hay muchas otras: temperatura, interacciones, patrones de alimentación y de ingestión de bebidas… Asimismo, desafiando de alguna manera la noción del tiempo lineal, da espacio a los acontecimientos de la psique —que tienden a quedar suspendidos en el tiempo— porque no están sujetos a relojes y no son comprendidos en el tiempo lineal. Su temporalidad también marca el ritmo de la delicada dialéctica de continuidad y cambio dentro de nuestro yo.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
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