Cuando el mamut lanudo protagonista de esta historia murió en siberia, por hambre, por frío o por alguna enfermedad, hace 52.000 años, aún quedaban por pasar otros 49.000 años para la fundación de la ciudad de Cádiz y el comienzo del desarrollo social en la Bahía. Nadie podía pensar entonces, y mucho menos el mamut, que entre el animal muerto y la bahía gaditana habría una relación familiar ya en pleno siglo XXI.
El hallazgo del animal, importante, lo ha sido aún más porque un equipo internacional liderado por científicos del Centro Nacional de Análisis Genómico (CNAG) ha descubierto fósiles de cromosomas antiguos en los restos del mamut lanudo, atrapado en el permafrost siberiano desde hace 52.000 años y ha conseguido ensamblar, por primera vez, el genoma de una especie extinguida.
La investigación, que se ha publicado en la revista científica ‘Cell’ tras nueve años de su puesta en marcha, la han llevado a cabo más de 50 científicos de los equipos del CNAG y el Centro de Regulación Genómica, ambos en Barcelona, el Baylor College of Medicine (EE.UU.) y la Universidad de Copenhague (Dinamarca).
El estudio supone un antes y un después en el estudio de estas especies y sus habilidades de adaptación a las adversidades climáticas de su tiempo.
Según la coautora principal del estudio, Olga Dudchenko, la supervivencia de estos fragmentos de ADN antiguo durante decenas de milenios es “todo un misterio de la física”, ya que, como predecía Albert Einstein en 1905, no deberían existir en circunstancias normales.
El explorador sueco Love Dalén fue quien se topó con los restos de esta hembra de mamut lanudo, encerrados en el suelo congelado desde hacía 52.000 años. “He encontrado muchos cientos de especímenes de mamut durante mi carrera, pero este estaba extraordinariamente bien preservado. Probablemente es la muestra de mamut mejor conservada que he hallado”, explica Dalén a El País.
Pues bien, este investigador de la Universidad de Estocolmo se podría decir que es medio gaditano, ya que su esposa es de El Puerto de Santa María y su hija nació en Jerez. Una relación más que estrecha con nuestra tierra, que indica que ha vivido en ella un tiempo. Es, además, bisnieto de Gustaf Dalén, ganador del Nobel de Física en 1912 por inventar un regulador automático que reducía el consumo de gas en los faros costeros que guiaban a los barcos.
Creación de los cromosomas fósiles
Los investigadores creen que el terreno permanentemente congelado (permafrost) en el que se halló el mamut, en Siberia, ha propiciado la creación de los cromosomas fósiles, mediante un proceso similar a la elaboración de carne seca o cecina.
Por este motivo, al conservarse en un estado parecido a las moléculas del vidrio, la estructura del cromosoma ha permanecido intacta hasta nuestros días.
El fenómeno de la compartimentalización cromosómica, presente en la muestra de piel del mamut, segrega el ADN activo e inactivo en espacios contiguos dentro del núcleo celular y es lo que ha permitido a los investigadores identificar qué genes estaban activos en el instante en que murió el animal.
Al comparar el genoma -conjunto completo de ADN- del mamut y de la especie actual más cercana, el elefante, encontraron muchas similitudes, sin llegar a ser exactamente idéntico.
Concretamente, localizaron aproximadamente 1.000 sitios en el genoma con actividad diferenciada; el gen de crecimiento, el gen de adaptación inmunológica y el gen de adaptación al frío, por ejemplo.
“Con este tipo de datos no solo sabemos qué genes tiene el mamut comparado con el elefante, sino cuáles han ayudado a la adaptación y nos puede explicar por qué se extinguió”, ya sea por cambios climáticos o por incapacidad de adaptarse a otros fenómenos, señala el jefe de grupo en el CNAG y también coautor principal de la investigación, Marc Martí-Renom.
Un “hito” en el campo de la paleogenómica
Los científicos afirman que este descubrimiento abre las puertas a trabajar con otros tipos de muestras en un futuro, sobre todo de museos de historia natural, donde se encuentran muchas muestras preservadas de la misma manera que el animal analizado, pero también de especies en peligro de extinción e incluso momias secas.
“A partir de ahora podemos estudiar una muestra antigua y su actividad génica, que nos desvela cómo se adaptó a su ambiente en ese momento”, añade el investigador del CNAG.
Por su parte, la investigadora del Center of Evolutionary Hologenomics de la Universidad de Copenhague y otra coautora del documento, Marcela Sandoval-Velasco, lo considera “un hito en el campo de la paleogenómica”.
“Estamos dando un paso adelante en el estudio del pasado”, afirma Sandoval, que sostiene que estos pequeños fragmentos de ADN antiguo “nos hablan y nos permiten estudiar la historia evolutiva de diferentes organismos”.
Pero los expertos no miran únicamente hacia atrás, sino que consideran el hallazgo una oportunidad para contestar también preguntas sobre cómo los cambios en la biodiversidad -fruto del cambio climático- pueden afectar nuestra propia existencia en el planeta.
“Tener este tipo de material molecular de hace 52.000 años, cuando el clima de nuestro planeta era completamente diferente, puede ayudarnos a establecer correlaciones entre nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro”, subraya en este sentido la investigadora del Baylor College of Medicine y también coautora del estudio, Cynthia Pérez.
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