Cuando el fiscal especial que lo investigaba describió a Joe Biden, de 81 años, como un anciano bienintencionado con mala memoria, el presidente de Estados Unidos compareció indignado, pero arruinó su respuesta al confundir México con Egipto. Este jueves, en torno a dos horas antes de comparecer en una rueda de prensa que se había convertido en un examen de capacidad cognitiva, Biden presentó en un acto de la cumbre de la OTAN al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, como “presidente Putin”. Con eso, la rueda de prensa empezaba con mal pie. Y en la respuesta a la primera pregunta se ha referido a Kamala Harris como “vicepresidente Trump”. Aun así, el presidente ha insistido en que es el más apropiado para batir a Donald Trump y en que se presentará a la reelección. “Sé que soy el más cualificado para gobernar y creo que soy el más cualificado para ganar”, ha dicho al final de la rueda de prensa.
“No estoy en esto por mi legado. Estoy en esto para completar el trabajo que empecé”, ha afirmado al principio de la rueda de prensa. “Lo único que hace la edad es aportar un poco de sabiduría si prestas atención”, ha dicho casi al final. Entre medias, ni la menor concesión a la posibilidad de retirarse. Ha señalado que otros presidentes tenían una peor situación que él al optar a la reelección, que no cree que las encuestas estén dando ganador a Trump y que queda mucha campaña por delante. Ha dejado teóricamente abierta la posibilidad de que los delegados de la convención demócrata de Chicago voten por otro candidato, pero ni las reglas lo dejan tan fácil, ni cree que vaya a ocurrir.
El presidente ha salido sin muchos daños de la rueda de prensa, pero es difícil que esa comparecencia vaya a despejar las dudas de sus correligionarios críticos.
La rueda de prensa ha empezado con un retraso de casi una hora. En ese plazo en que debería estar en marcha se veía a operarios hacer pruebas de imagen y decorado, cambiar cosas de sitio y moverse de un lado a otro nerviosos. La Casa Blanca daba, sorprendentemente, una imagen de desorganización e improvisación en un momento clave. Cuanto más se retrasaba el comienzo, más veces repetían las televisiones el error que Biden había cometido antes, amplificando su efecto.
Biden ha comparecido en un atril, con ocho banderas de Estados Unidos detrás y con la decoración propia de la cumbre de la OTAN, en la que se ha celebrado su 75º aniversario. Parte del equipo del presidente, incluidos los secretarios de Estado, Antony Blinken, y de Defensa, Lloyd Austin, estaban sentados en primera fila. El presidente ha leído su intervención inicial en las pantallas de teleprompter. Ha sufrido algo de tos y carraspera, aunque ha logrado aclararse la garganta.
En su discurso de introducción ha hablado del papel de la OTAN frente a la invasión rusa de Ucrania y de su importancia para la seguridad de Estados Unidos. Luego ha destacado la caída de la inflación, uno de los problemas que ha golpeado su popularidad durante todo su mandato. Este jueves se ha conocido que los precios cayeron en junio por primera vez en cuatro años. A continuación, ha hablado de que sus medidas para asegurar la frontera han hecho caer las detenciones por cruces ilegales a menos de la mitad en las últimas semanas. Y luego ha defendido su política en Gaza.
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Tras una intervención de unos siete minutos y medio, ha dado paso a las preguntas. De nada servía levantar la mano. Los turnos estaban adjudicados y Biden tenía una lista con quienes iban a intervenir. La primera pregunta ha sido sobre su decisión de presentarse a la reelección y sobre la capacidad de la vicepresidenta, Kamala Harris, para sustituirle. Ahí es cuando ha dicho que no habría elegido al “vicepresidente Trump” [en referencia a Harris] si no tuviera cualificación para ser presidente. Trump se ha burlado enseguida: “¡Gran trabajo, Joe!”, ha escrito en su red, Truth Social.
Al margen de ese lapsus, del previo sobre Zelenski y de algún otro (como Europa por Asia), Biden ha vadeado relativamente bien las preguntas de los periodistas, aunque quizá extendiéndose demasiado en disquisiciones de política exterior que no llegan al ciudadano. En todo momento ha dejado claro que su voluntaad sigue siendo presentarse a la reelección, que va a dar la batalla y que aspira a derrotar a Trump. “Le gané una vez, y le volveré a ganar”, ha dicho.
Su tesis es que sabe gobernar, aunque a veces se equivoque de palabra en público. “¿Cómo puedo decir esto sin sonar demasiado egocéntrico?”, se ha preguntado antes de echarse flores por su papel en la cumbre de la OTAN, por la ampliación de la Alianza, por su manejo de la crisis de Ucrania… “Ninguno de mis aliados europeos me dice: ‘Joe, no te presentes’. Lo que les oigo decir es: ‘Tienes que ganar”, ha dicho.
El presidente ha culpado a su equipo de llenarle la agenda demasiado antes del debate (pese a que estuvo una semana encerrado preparándolo) y que eso fue un “error estúpido”. “Me encanta mi personal. Pero añaden cosas” al programa de actividades, se ha quejado.
Un éxito no tan brillante
La cumbre de la OTAN se ha cerrado de acuerdo con las previsiones. Más ayuda militar a Ucrania, unidad con algún matiz de la Alianza, creciente atención a Asia y al flanco Sur. Se puede considerar un éxito, aunque en realidad todo llega cocinado a la cumbre y apenas hay lugar para la sorpresa. Tampoco ha habido logros extraordinarios que permitan a Biden aparecer ante los ciudadanos estadounidenses como un gran estadista.
El propio Biden señaló a la cumbre de la OTAN como un momento en que demostrar su capacitación para ser presidente. “Supongo que una buena forma de juzgarme va a ser ahora que se va a celebrar la cumbre de la OTAN aquí en Estados Unidos la semana que viene. Vengan a escuchar. Vean lo que dicen”, afirmó la semana pasada en una entrevista concedida a ABC News. El momento más viral que deja la cumbre, sin embargo, es cuando Biden confunde el nombre de Zelenski con el de Putin y luego se excusa diciendo que la cuestión es que está obsesionado con derrotar a Putin.
Joe Biden lleva dos semanas tratando de borrar la pésima impresión que dio en el debate de la CNN contra Donald Trump en Atlanta. El presidente de Estados Unidos confirmó ese día los peores temores de quienes consideraban que, a sus 81 años, no está en la mejor forma para ser reelegido y dirigir cuatro años más la primera potencia mundial. Pese a los esfuerzos de Biden por despejar las dudas, ni el recuerdo del encuentro televisivo se diluye ni el debate sobre su continuidad se cierra. La presión sobre el presidente va en aumento en el frente político, en el mediático y en el financiero.
Biden había presentado la entrevista a ABC News, junto a otras de menor perfil que también concedió la semana pasada, y la rueda de prensa de este jueves como momentos clave para retomar la iniciativa. La entrevista del viernes no fue demasiado bien. Biden no naufragó como en el debate, pero tuvo problemas al completar algunos de sus argumentos. Por otro lado, durante los últimos días se ha ido sabiendo que dos entrevistas que había concedido a sendas emisoras de radio habían sido una especie de pantomima en las que la Casa Blanca había facilitado las preguntas y sugerido editar las respuestas.
Quedaba la rueda de prensa, pero bajar el listón de exigencia al nivel de si el presidente es capaz de contestar unas preguntas sin meter la pata es ya casi conceder la derrota. En ese sentido se manifestaba a The Wall Street Journal un congresista demócrata, Adam Smith: “¿De verdad estamos teniendo una conversación seria sobre si nuestro candidato puede dar una rueda de prensa? El mero hecho de que estemos teniendo esa conversación a estas alturas de la campaña dice todo lo que hay que saber sobre lo que hay que hacer”, señalaba.
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