Hace nueve años los planetas se alineaban para que los caminos de Cyntia Riedel y Andrés Carrizo colapsaran sin vuelta atrás. En ese entonces él (30) era taxista. Ella (35), por su parte, trabajaba en el área administrativa del Ministerio de Ciencia y Tecnología y vendía zapatos de China por dropshipping. Ambos porteños con ganas de algo más que una vida tradicional, se conocieron en un curso de finanzas e inversiones.
“El que daba el curso era un chanta y todo era muy trillado, pero ahí la conocí a ella y pintó amor”, cuenta Carrizo en un diálogo con LA NACION. Instantáneamente empezaron a salir y ya en la tercera cita se planteaban dejar todo y salir a recorrer el continente juntos por tiempo indefinido.
De acuerdo con Riedel, fue Carrizo el que tomó la iniciativa de empezar a vender sus cosas y hacer que la cosa tome color. “Yo estaba sola hace cinco años y muy bien, pero él me encantó”, admite tímidamente. A los cuatro meses ya estaban viviendo juntos, terminaban de vender y regalar todas sus pertenencias, organizaban sus respectivas renuncias y se preparaban para embarcarse en la aventura de sus vidas: manejar hasta Alaska.
“Empezamos con pocas ideas claras pero muchas ganas”, cuenta Carrizo y revela que, originalmente la idea era hacer un viaje modo mochileros, pero que terminaron optando por una dinámica más estable con techo asegurado. Por eso compraron una Estanciera que equiparon con un colchón, paneles laterales y una mini garrafa con hornalla.
Por distintos motivos -entre ellos el incendio literal de la camioneta- fueron tres los intentos fallidos de salida hasta que la dupla zarpó el 27 de mayo del 2015 desde Entre Ríos. Más temprano que tarde aparecerían los primeros desafíos de ocho años en el ruedo.
El primero fue en materia económica. “Ahorramos un año entero pero a los tres meses, en Salta, nos quedamos sin plata”, resume tragicómicamente Carrizo. ”Gastábamos como si estuviéramos de vacaciones y no teníamos un plan para financiarnos. La gente nos decía que las complicaciones se resuelven de pueblo a pueblo, pero no teníamos ni idea de cómo hacer”.
Con el diario del lunes, ambos reconocen que ese fue el principio de una serie de revelaciones personales y profesionales sobre sus capacidades para afrontar las dificultades. “Nos quedamos sin plata muchas veces pero siempre supimos que preferíamos subsistir con poco antes que tener que cortar el viaje. Por eso empezamos a estudiar y aprender un poco de todo”, reflexiona Riedel.
La mujer cuenta que en Salta una pareja de artesanos locales les enseñó a hacer macramé y cuadros de vidrio y con eso terminaron financiándose nada menos que los primeros cinco años del viaje. No fue hasta el comienzo de la pandemia que tuvieron que repensar la estrategia.
“Sin gente en las calles no podíamos vender nada y tuvimos que apostar a nuestro plan B: ser youtubers”, explica Riedel. Aunque sabían poco y nada del tema, sin demasiadas alternativas, se pusieron a estudiar el sistema para hacerlo funcionar. “Casi inmediatamente empezamos a lucrar y, hasta el día de hoy, es nuestra fuente de ingresos principal”.
Desde el momento cero, el equipo de dos pasó por 14 países y más de 500 lugares y pueblos. Tanto Riedel como Carrizo coinciden en que el gran descubrimiento de la travesía fue encontrarse con que la gente es más buena de lo que normalmente queremos asumir.
“Puede sonar cliché, pero nuestra realidad cambió gracias a este aprendizaje”, medita Carrizo. “El mundo está lleno de bondad y generosidad y la mayoría de la gente tiene buenas intenciones”.
En esta línea, Riedel asegura que, sin negar que la inseguridad existe, gracias a la gente, nunca vivieron una situación de peligro. “Muchos nos invitaron y recibieron en sus hogares. La gente nunca te deja sola”. En cuanto a hospitalidad, Honduras y El Salvador fueron los países que más los sorprendieron. “Siempre nos ayudaron. Con un plato de comida, plata para cargar nafta, conocimiento para solucionar problemas mecánicos y buena onda”.
Aunque ambos eligen responder que el ser humano se adapta a todo, también reconocen que hay obstáculos importantes, sobre todo cuando se desdibujan las líneas de la individualidad.
“Mi mayor traba para seguir adelante fue la falta de intimidad y momentos de soledad”, identifica Riedel, que se percibe como una persona que necesita sus espacios personales. “Trabajar, cocinar, dormir y convivir en el mismo espacio a la larga puede perjudicar una relación. En nuestro caso esto definitivamente generó roces”.
También señala que, aunque el canal de YouTube que les dio de comer, también potenció esta dinámica de la “hiperconvivencia”. “La gente que nos veía pasar nos reconocía. Siempre éramos la novedad y teníamos visitas, lo cual podía y era agotador”.
Desde un lado más espiritual, Carrizo habla de dificultades cósmicas. “Muchas veces sentí como si algo o alguien se empecinara en que haya momentos duros”, cuenta. “Con el tiempo entendí que eran situaciones que estaban ahí para enseñarnos o destrabar algo internamente que nos permitiría crecer transformándose en una nueva herramienta”.
A pesar de todo, el equipo de dos está seguro de que, de cara al futuro, quiere seguir viajando, aunque posiblemente recortando la escala. “Después de entrar en contacto con la cultura de tantos lugares distintos nos dimos cuenta de que no conocemos a fondo la nuestra. Hoy nos atrae mucho conocer Argentina, sus provincias, sus tradiciones, y quizá con paradas más largas de por medio”.
Al preguntarles por las cosas que se necesitan para empezar un viaje de esta dimensión, también ambos coinciden en que lo que bajo ningún concepto puede faltar son ganas. “Si las ganas siguen vigentes cualquier dificultad se supera”, declara Riedel.
“No hay una manera correcta o incorrecta de vivir la vida. No hay un estilo de vida más apropiado que otro. Si te llama, probalo, porque vas a ganar. Lo peor que uno puede hacer es quedarse quieto con un deseo muriendo”, considera Carrizo. “Si querés quedarte en un mismo lugar y disfrutás de eso, es válido. Pero no lo hagas porque pensás que no existe otra opción”.
Riedel sugiere empezar por identificar el motor que hace que a uno viajar le resulte atractivo. “A algunos les llama conectar con gente nueva y conocer culturas, a otros los intrigan los paisajes y el movimiento. Pueden ser varios los motivos pero tiene que estar ese amor por el viaje en sí y no por escapar de algo”, subraya.
Por otro lado, la ex administrativa también reconoce fundamental, en base a la propia experiencia, planear una fuente de ingresos y una estrategia financiera. “Hoy hay miles de personas que lo hacen y comparten sus conocimientos. Muchos más que cuando nosotros empezamos”.
A Alaska llegaron el 24 de junio del año pasado y se quedaron hasta septiembre antes de volver a suelo argentino. Le dejaron la camioneta a un conocido que les ofreció “alojarla” hasta poderla recuperar o venderla. Hace dos semanas Carrizó voló allá para empezar su retorno manual.
Fieles al lema de vivir la vida como venga, ninguno tiene arrepentimientos sobre la aventura que redefinió los límites de su existencia. “La flexibilidad que se gana en el ruedo es mi aprendizaje principal. Cada persona ya tiene dentro de sí lo necesario para viajar y resolver cualquier conflicto que surja”, concluye Carrizo. “Este viaje fue la mejor decisión que tomamos y, más allá de sus múltiples ajustes, todo valió la pena”.
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