En la Plaza de Mayo hace frío: son las cinco de la tarde, el sol ya se puso detrás de los edificios y las miles de personas que se acercaron a denunciar el vaciamiento y los despidos en los sitios de memoria se mueven y dan saltitos intentando entrar en calor. Pero cuando Estela de Carlotto y Adolfo Pérez Esquivel –una toda de naranja, el otro todo de negro– se suben al escenario arrancan los aplausos. El murmullo que, hasta hace unos minutos, solo expresaba angustia por la posibilidad del cierre de la CONADI y por los más de 80 despidos en la Secretaría de Derechos Humanos, se transforma en alivio y gritos de “Venceremos”. Detrás de los dos referentes están algunas de las trabajadoras despedidas, así como dirigentes de la izquierda y el peronismo. Y Estela, tras la lectura del documento, toma la palabra y cierra: “No solo a la juventud, al pueblo hay que animarlo. Todos podemos hacer algo. La violencia no tiene que existir, la resistencia sí. Y el amor por el otro con más razón. Y hoy estamos acá para que nuestro querido país, que está siendo desestimado por quien tendría que cuidarnos, va a salir de esta sombra más temprano que tarde”.
Las alarmas se habían disparado el viernes pasado, cuando empezaron a llegar los telegramas y anuncios de que no se le renovarían los contratos a varios especialistas que vienen trabajando en la Secretaría de Derechos Humanos hace más de 10 años. Todas las arqueólogas del excentro clandestino Club Atlético: despedidas. Los técnicos del Ministerio de Defensa que revisaban los archivos de las Fuerzas Armadas: despedidos. Ayer se conocería, además, que Luis Petri había definido derogar las resoluciones que regulaban su funcionamiento. Y, como frutilla del postre, crecía la amenaza de que el gobierno cerraría el organismo encargado en buscar a los niños y niñas apropiados por el terrorismo de Estado: la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI).
La respuesta de los organismos de Derechos Humanos, de las Madres y las Abuelas, fue convocar a todos a la ronda de los jueves en Plaza de Mayo.
Memoria
En la Plaza hace frío, pero está soleado. A la entrada, justo frente al Cabildo, se montó un escenario, pero la mayoría todavía está agrupada alrededor de la Pirámide, donde se realizará la tradicional ronda. A la izquierda están las pecheras de La Cámpora que levantan una bandera inmensa que dice “La patria es el otro”. A la derecha, a solo unos metros, están las pecheras rojas del PTS y el Polo Obrero con carteles que dicen “Libertad ya a lxs presxs de la Ley Bases”. Por primera vez en mucho tiempo la izquierda y el peronismo comparten la plaza junto a los organismos de Derechos Humanos. “La unidad de acción con temas democráticos elementales es fundamental. Acá cualquier persona que reclame, tenga la identidad política que tenga, ve cercenado su derecho a manifestarse”, desliza Nicolás del Caño, diputado del FIT.
Por todos lados, la conversación gira en torno a lo que pasará con los nietos que todavía no se encontraron. La amenaza del cierre del CONADI –que se encarga, desde hace más de 20 años, de recibir las denuncias de quienes dudan de su origen biológico, así como de investigar– es una novedad. “Yo tengo dos sobrinos que fueron recuperados por las Abuelas, que fueron recuperados personalmente por Estela. Les tengo un agradecimiento eterno. Todo lo que se ha logrado hasta ahora no puede perderse”, afirma, entre irritado y sorprendido, Héctor Francisetti, un hombre canoso de sesentipico de años cuya hermana fue desaparecida por la dictadura. Sostiene en alto una bandera naranja que recuerda a los “12 de Santa Cruz”.
Fernando Araldi es hombre joven con el pelo corto en punta teñido de rubio. Lleva una pechera de las Abuelas de Plaza de Mayo y se mueve mientras habla, intentando combatir el frío de la tarde. “Recuperar los pibes robados por la dictadura, en cualquier lugar del mundo, es una cuestión de Estado. Si cierran la CONADI… Yo supongo que nos organizaremos pero va a ser difícil”, manifiesta. Es el hijo de Diana Oesterheld, una de las hijas del reconocido historietista que fue desaparecida en 1976. Entonces estaba embarazada de cinco meses y Araldi todavía busca a su hermano. O a un primo.
A unos metros, tres señoras enfundadas en grandes camperas con pines de un pañuelo blanco discuten sobre si es mejor que Milei termine el gobierno o no. “Quieren borrar la memoria”, se lamenta Alicia, quien integró hace un tiempo la comisión de Derechos Humanos de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Mari, una de sus compañeras, agrega: “Calígula (Milei) no tiene amor, es como un híbrido que apareció y que no tiene ningún arraigo afectivo. Por eso todas sus medidas están impregnadas de crueldad”.
“El gobierno ha tomado la decisión de destruir todas las herramientas que permitieron sostener el políticas de Memoria Verdad y Justicia, y en parte para entorpecer la labor de Abuelas en recuperación nietos”, ratifica Leopoldo Moreau, que está charlando con otros diputados de Unión por la Patria, como Julia Strada, Juan Marino o Eduardo Valdés. Cerca están también Hugo Yasky, Sergio Palazzo y Ricardo Alfonsín. “Ellos quieren repetir la historia, pero la memoria los sigue interpelando. Quieren intentar instalar la teoría de los dos demonios, pero hay algo que no se puede discutir: que es cómo puede ser que se hayan robado niños. Los nietos son la materialidad del horror de dictadura pero también del milagro de la lucha de Madres y Abuelas”, sostiene Victoria Montenegro, legisladora y nieta recuperada, antes de acercarse a Estela de Carlotto para ayudarla a subir al escenario.
El documento
“La embestida masiva del Poder Ejecutivo contra todas las políticas públicas construidas a lo largo de estos 40 años de institucionalidad, bajo gestiones de distinto signo político, representa un ataque contra la propia sociedad”, denuncian, ya más por la tarde, los organismos encaramados en el escenario. Adelante del todo están Estela y Adolfo Pérez Esquivel y detrás, abrazadas, varias de las trabajadoras que fueron despedidas. Varios de sus compañeros se habían enterado ese mismo día que los habían echado: se anoticiaron cuando llegaron a la entrada y un oficial armado, lista en mano, iba diciendo quien podía entrar y quien no.
Frente a esta situación, el documento elaborado por los organismos de Derechos Humanos haría foco en que en ningún gobierno democrático se había vivido una situación similar. Ni con Carlos Menem, Fernando de la Rúa o Mauricio Macri. Habría un reconocimiento para todos, hasta para María Eugenia Vidal por haber traspasado la comisaría quinta de La Plata (donde nacieron y fueron apropiados varios nietos). “Ningún gobierno democrático, hasta hoy, puso en cuestión la búsqueda de niños y niñas desaparecidas”, insistirá, luego, Victoria Montenegro, leyendo el documento de las Abuelas.
Estela dará solo unas pocas palabras. “No voy a leer porque tengo algunos problemas de vista”, bromea la presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo que tiene 93 años. De vez en cuando, Montenegro se le acercará para darle más abrigo. “Esto es un pueblo que no olvida, que tiene alma y corazón con el recuerdo y que dice que son 30 mil y que falta encontrar a los que viven”, insiste.
El último en tomar la palabra es Adolfo Pérez Esquivel, que está totalmente vestido de negro. “Hay que trabajar la unidad. Estamos en una situación realmente difícil. Nos quieren transformar en colonia y hay que resistir”, sostiene el premio Nobel de la Paz que está golpeado, reconoce, por la muerte de su hijo menor y de Norita Cortiñas: ambos murieron el mismo día. “Pero aquí estamos para hacer memoria porque ellos están presentes ahora y siempre”, grita, entre los aplausos. “Tenemos que llenar todas las plazas del país, pero decirle a los gobernadores que no se vendan por 30 monedas, que no sean traidores”, advierte, y finaliza: “La patria es de todos. Es del otro y la otra. Mucha fuerza y esperanza. Y hasta la victoria siempre”.
Ya sobre el cierre, Myriam Bregman invitará a los familiares de las personas detenidas tras la represión de la manifestación contra la Ley Bases. Se suben varios, todos abrazan y besan a Estela, que les sonríe.
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