Un amplio grupo de asociaciones se manifestó ayer en contra de la emergencia habitacional (adoptemos el término) que sufrimos en Málaga. Una ciudad soñada por nuestro alcalde crónico sólo para una parte de su población votante. Cuando estas calles se han aproximado al paraíso, las de las cien tabernas, hoy, acompasadas por librerías, resulta que se engalanaban para los foráneos y la aristocracia pisofundista, una actualización de la guerra de clases que nuestro Paco nos ha desplegado en estos felices años veinte de este próspero milenio para los de siempre, para quienes, en realidad, jamás fueron bajados del caballo, ni destocados del sombrero del señorito. Quedaban lejanas aquellas décadas cuando los dueños de la tierra condenaban al hambre a esos jornaleros a quienes permitían habitar chabolas en su territorio y, además, obligaban a consumir en sus comercios como parte de la explotación de la última gota de los sudores de los padres e, incluso, de los hijos y nietos. Un reajuste preciso de esa esclavitud que parecía haber sido abolida cuando la Revolución Francesa entregó el poder a la burguesía. Así la filoxera arruinó Málaga. Tras guerras mundiales, revoluciones soviéticas y guerras civiles, las sociedades occidentales pactaron un reparto interno de la riqueza entre todos generada y una protección mutua mediante una solidaridad que definía un Estado. Pero, como dice el verso de mi admirado Jaime, «la verdad desagradable asoma» y, concluiríamos, el hambre es propia de los mismos y ese es el único argumento de la obra. Por eso, esta manifestación de los actuales parias sobrevenidos del cáncer de las ciudades, el alquiler turístico, cuyo fogón ha sido alimentado en Málaga por esta política para ricos que nuestro alcalde y su Partido Popular han expandido, sin piedad ninguna, con el resto de la ciudadanía. El precio del alquiler y los pisofundistas dibujan la nueva explotación que la burguesía ejerce, y contra la que hay que luchar, y ya es tarde.
Me ha quedado un primer párrafo decimonónico y propio de Bakunin. La prosa a la que nos conducen estos días de pétalos para unos cuantos y espinas para el resto. Málaga, un holograma de Málaga. Un grupo de ciudadanos se manifiesta para pedir que le dejen habitar sus aceras, lo mismo que aquellos campesinos desheredados, hoces en ristre, imploraban en sus pancartas tierra y dignidad. Regreso al tono bolchevique. Hasta hace muy pocos años, Carretería, Pozos Dulces, Muro de las Catalinas y sus alrededores enmarcaban la postal de la desidia. Miseria, basura y ruinas. Soy de quienes creen en el huevo primigenio. Nuestro Ayuntamiento arregla y luce las calles como promesa de bienestar para los vecinos y un ¡Viva Paco! Los dueños de las viviendas, previsores del gran negocio, desahucian a todo inquilino hasta que han alcanzado el cielo que el Consistorio pretendía, una Calle Carretería de estampa para el B&B, limpia de malagueños que molesten en un escenario apabullado por los apartamentos turísticos. El sueño de Paco. Este tipo de negocio genera el mismo empleo que un ‘Locker’, que un punto de venta con máquinas de 24 horas o que una ‘Laundry’, es decir, casi ninguno, pero otorga pingües beneficios a los poseedores de la finca urbana. Una industria hotelera de calidad se soporta sobre hoteles y restaurantes, inmuebles controlables en todos los sentidos, productores de empleo y de una imagen de ciudad más glamurosa, si se quiere, que la ofrecida por los apartamentos turísticos y sus ocupantes de presupuesto ajustado. El Ayuntamiento de Barcelona, pionera en el modelo, ha iniciado su lucha contra este lucro que distorsiona el pacto social, que tensa la lucha de clases y que centrifuga ciudadanos para insertar viajeros. Los amigos de nuestro alcalde, los pisofundistas pueden continuar tranquilos, su ensoñación municipal, el Partido Popular nunca tuvo oposición, dada la mediocridad política a la que se enfrenta. Encima, quedo como un Trotsky con estos artículos.
[
,
, malaga,malaguenos,Partido Popular,Política,explotación,Tierra,vivienda turística,Vivienda en Málaga,29J