La cuestión estaba llegando a extremos de máxima gravedad. La cuestión era nada menos que la justicia, pilar básico del Estado de derecho. La máxima gravedad tenía otros perfiles: el control del gobierno de los jueces; la intromisión política en la administración ordinaria de justicia, con riesgo de arruinar su independencia; la pérdida de confianza de los ciudadanos, que veían incrédulos un enfrentamiento entre el poder y la oposición, quizá motivado por la investigación a personas muy próximas a sus direcciones por supuestos indicios de delito; el incumplimiento de un mandato constitucional por parte del PP, que no quería perder la mayoría de que disfruta en el Consejo; en definitiva, como
digo, un cerco serio y peligroso a las bases del Estado de derecho, que
hacía crecer los extremismos y dañaba el entramado institucional, como venimos anotando en las últimas
crónicas.
Por esos motivos, el acuerdo de Félix Bolaños y González Pons es, probablemente, lo más importante que ha ocurrido en la vida pública española después de la ley de Amnistía. Aunque parezca exagerado decirlo, es un pacto que salva la democracia, porque lo ocurrido antes con Dolores Delgado en la Fiscalía General, las agresiones autoritarias de los grandes líderes, la práctica del boicot y el ambiente de invasión del poder judicial por los otros dos poderes resultaban incompatibles con la neutralidad que se exige a los tribunales. Terminar con todo eso, o al menos aparcarlo hasta que llegue la reforma definitiva, es un alivio nacional.
Es cierto que las incógnitas son intrigantes. Ignoramos muchos detalles. Por ejemplo, cómo se organizará la participación de los jueces en la futura renovación del Consejo; cómo queda la unidad de los partidos que sostienen al Gobierno después de una oposición formal y agresiva que les hace temer el nacimiento de la gran coalición; cómo reaccionarán los nacionalistas tras una marginación que suena a bipartidismo y centralismo judicial; hasta dónde llevará Vox su acusación de traición al PP; cuál es la credibilidad de un Pedro Sánchez que hasta ahora no se distinguió por las verdades que proclama; o cómo recibirá la opinión pública un reparto entre dos de las vocalías del Poder Judicial.
Porque esa es otra: nos dejamos embriagar por la palabra pacto y su pacificación de tensiones, pero lo firmado por Bolaños y Pons crea un duopolio manejado por dos partidos sin concesión alguna –al menos pública y transparente– a los demás. Dicho de forma todavía más hiriente para los excluidos: nos “venden” despolitización de la justicia, pero dos fuerzas políticas se reparten el pastel y los nombramientos. Y encima, sus líderes obtienen un respetable beneficio de imagen.
El pacto deja, por tanto, un panorama de luces y sombras. Este cronista se queda con las luces, porque el país las necesita. Y reduce las sombras a una: muy frágil debe ser la invocada independencia judicial cuando hay que protegerla por ley. Pero qué queréis que os diga: para un día que vemos darse la mano a un ministro de Sánchez y a un hombre de Feijóo, lo tenemos que celebrar.
RETALES
Rey Viaje del Rey a los países bálticos sin más ministro de jornada que Margarita Robles el último día. Pareció un abandono del Gobierno y un menosprecio a su representación internacional. Leopoldo Calvo Sotelo dejó dicho: “En política, lo que parece, es”.
Ubicación Podría ser una definición de actitudes políticas de hoy, pero fue escrito por Unamuno en su novela Paz en la guerra en abril de 1923: “El enemigo era el fin. ¿Y quién era el enemigo? ¡El enemigo! ¡El otro!”
Fiscales Hasta ahora eran progresistas o conservadores, sin más diferencia notable. Después de lo ocurrido con la amnistía y otras peripecias, el ministerio público se divide entre agentes del Gobierno y activistas de la oposición.
Léxico/1 Hay cambios que se producen sin que apenas los percibamos. Pequeño ejemplo, escuchado a un gran emprendedor catalán: “He dejado de ser un empresario tacaño; ahora soy un empresario sostenible”.
Léxico/2 Entre la invasión del inglés, el lenguaje tecnológico, la cursilería y la política, estamos en la edad dorada del neologismo. El último merece un tratado: melonizarse . Creo que no les gusta a Milei ni a Abascal.
Pregunta A Teresa Ribera, vicepresidenta y candidata en las elecciones europeas, le parece “preocupante utilizar el miedo para hacer oposición”. Si eso es cierto, ¿resulta plausible que el Gobierno utilice el miedo para gobernar?
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