Creados en 1895 por Alfred Nobel, los premios que llevan su nombre distiguen producciones de cinco disciplinas: Literatura, Medicina o Fisiología, Química y Física; más el galardón a acciones en favor de la paz. Tanto el Nobel de la Paz como el de Literatura han quedado envueltos en la controversia, ya sea por omisiones o por galardonados con méritos discutibles. 

Ese nivel de polémica se extendió a partir de 1969 a un sexto Premio Nobel, el de Economía, para el cual se acaba de autopostular Javier Milei, un economista que -a través de difusas e inesperadas razones- llegó a presidente de un país sudamericano y con unos méritos academicos que quizás lo hicieran merecedor de un viaje a Estocolmo, según su optimista y desmesurada imaginación. 

Semanas atrás, su secretario de Turismo, el maleable Daniel Scioli, había dicho que  “si esto sigue así tendrán que darle el Premio Nobel de Economía”.

La economía no figura en el testamento de Nobel entre las ramas a premiar. De hecho, Nobel no solamente no la incluyó sino que además tenía una pésima opinión de la economía. Para fines del siglo XIX poseía más prestigio la matemática, que bien podría haber sido considerada, pero no lo fue. 

“Es un golpe de relaciones públicas de los economistas para mejorar su reputación”, ha dicho Peter Nobel, descendiente del industrial.

El blanqueo a Hayek y Friedman

¿Cómo es que se creó el Premio Nobel de Economía? Obedeció a una cuestión de lobby que culminó en 1968 cuando el Banco de Suecia, que cumplía 300 años, donó dinero a la Fundación Nobel para instituir un lauro que hasta los propios descendientes del industrial critican. Lo cierto es que cada año, y con dinero del Banco de Suecia, la Academia Sueca de Ciencias elige a los ganadores. El nombre oficial es Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel.

Los críticos señalan a grupos neoliberales como impulsores de un premio que podría legitimar su discurso. De hecho, el grueso de los laureados son de esa corriente (hay excepciones notables, como Paul Samuelson, honrado en 1970). Se atribuye a la Sociedad Mont Pelerin un rol importante tras el fin de la Segunda Guerra, cuando estabna en auge de las ideas keynesianas. Liderada por Friedrich von Hayek (uno de los popes de la marginal Escuela Austríaca), despreció todo programa económico con participación estatal. Varios de sus integrantes formaron parte del Banco de Suecia y desde allí impulsaron el lobby para crear un premio que le sería otorgado a Hayek en 1974.

Admirado por Margaret Thatcher y admirador a su vez de la economía de Pinochet en Chile, Hayek compartió el premio con el sueco Gunnar Myrdal. Cuando el Nobel de Economía cayó en la controversia en 1976 al dárselo a Milton Friedman, patriarca de la escuela de Chicago y asesor de la dictadura chilena, se plantearon dudas sobre el prestigio del premio que no legó Nobel. De hecho, Friedman fue increpado al momento de recibir el galardón con consignas que recordaban su rol en Chile.

En esa ocasión, Myrdal admitió públicamente que él no debería haber aceptado el Nobel porque no precisaba el dinero y porque la Economía no es una ciencia dura como las otras tres que se premian. En privado, sostuvo que Hayek era un reaccionario, que el premio blanqueaba las peores ideas y que debía ser abolido. Cuatro premiados en ciencias firmaron un texto repudiando el lauro a Friedman.

Tres mujeres sobre 93 premiados

De 93 premiados a la fecha, apenas tres son mujeres (la politóloga Elinor Ostrom, la primera mujer en recibirlo, fue laureada en 2009, cuarenta años después de instituido; le siguieron Esther Duflo en 2019 y Claudia Goldin en 2023). 

No figura una eminencia: la post-keynesiana Joan Robinson, fallecida en 1983 a los 79 años.

Cuatro galardonados no se graduaron en Economía: Herbert Simon (1978) era politólogo, al igual que Ostrom; Daniel Kahnemann (2002) era psicólogo. Entre medio se premió a John Nash (1994). Ese premio trajo discusiones: era matemático y se planteó que el Nobel reconocía aportes de otras ramas. La historia de Nash como esquizofrénico derivó en la película Una mente brillante, que obvió las referencias al antisemitismo fanático del matemático.

Friedrich von Hayek fue premiado en 1974 y la polémica perdura. 

En el otro extremo de Nash se halla Robert Aumann (2005), cuyo premio generó rechazos por sus posiciones ultraconservadoras en defensa de Israel. Incluso se señaló que utilizaba sus análisis para justificar los asentamientos de colonos en los territorios palestinos.

Errar es humano

Desde el punto de vista técnico, la mayor polémica del Nobel de Economía fue en 1997 con Robert Merton (hijo homónimo de un sociólogo de fuste) y Myron Scholes. Los reconocieron por sus aportes en los mercados financieros. Tres años antes se habían asociado en un fondo de inversiones, Long Term Capital. Cuando llegó la crisis rusa de 1998, los modelos de Scholes y Merton hicieron agua: su empresa perdió 4500 millones de dólares. Quizás por ello, los suecos quisieron resarcirse y un año después del Nobel a dos especuladores premiaron a Amartya Sen, experto en pobreza y desarrollo.

En el centenario del premio, en 2001, los descendientes de Nobel publicaron una carta en la que afirmaron que el premio en Economía era una deshonra. Tres años más tarde, un grupo de científicos suecos también cuestionó el galardón que honró a Hayek y Friedman. Un sketch de la televisión alemana mostró en clave de humor el impacto del neoliberalismo en el mundo desde los años 70 y cómo se legitimó con el Nobel.

En 2013 se produjo otra controversia al premiar a Eugene Fama y Robert Schiller. Al primero, por sus aportes en cuanto a que los mercados financieros se autorregulan, son racionales y que nadie puede ganar más dinero a través de la especulación. Al segundo, por describir la incidencia de la psicología en los mercados y su componente irracional, lo cual lleva a precios errados y burbujas financieras. O sea: compartieron el Nobel por decir cada uno lo opuesto del otro. Como señaló el economista chileno José Gabriel Palma: algo así como reconocer al mismo tiempo a Claudio Ptolomeo por afirmar que la Tierra está inmóvil con el Sol que gira a su alrededor y a Nicolás Copérnico por asegurar lo contrario.

De la Fed y el Banco Mundial a Estocolmo

Más cerca en el tiempo, hubo polémica por el lauro de 2022 a Ben Bernanke, “por sus contribuciones metodológicas a la investigación sobre bancos y crisis financieras”. Justamente, Bernanke era el titular de la Reserva Federal (el equivalente del Banco Central en la Argentina) cuando la crisis financiera de 2008, en la mucho tuvo que ver la política de tasa de interés aplicada por el organismo. 

Cuatro años, el premiado de 2018 fue Paul Romer, que cerro de la mejor manera un año que había comenzado turbulento con su salida como vicepresidente del Banco Mundial. En enero declaró al Wall Street Journal que el Banco Mundial había manipulado los indicadores de competitividad de la economía chilena. Augusto Lopes-Claros, el economista responsable de esas mediciones, rechazó la especie. La directora ejecutiva del Banco Mundial envió una carta al gobierno chileno, que calificó de “desafortunadas” las palabras de Romer, que se desdijo y renunció. Quien forzó su salida con aquella carta escaló posiciones hasta llegar a la cúspide del Fondo Monetario Internacional: Kristalina Georgieva

El Nobel de Economía le deparó a William Vickrey la última noticia buena que recibió en vida. El economista canadiense fue premiado en 1996. Apenas tres días después del anuncio, falleció a los 82 años. Un año antes, Robert Lucas, uno de los galardonados de la Universidad de Chicago, acaso haya maldecido el momento en que le dieron el Nobel. Se había divorciado en 1988. Al momento de firmar los papeles, Rita, su exmujer, metió una cláusula: si en el transcurso de los siguientes siete años él recibía el Nobel, debía cederle la mitad del dinero. Esa cláusula vencía en 1995, así que Rita, que le tenía fe a Lucas, se quedó con medio millón de dólares

Muchos años después, varios mastines ingleses clonados habitan la Quinta de Olivos. Uno se llama Milton por Friedman; están Robert y Lucas; más Murray, por Murray Rothbard, que murió sin el Nobel y, peor, sin que quizás en Suecia nunca hubieran sabido de su existencia. Su dueño, Javier Milei, aspira a que en su caso, a diferencia de lo que decía Jorge Luis Borges, el Nobel esquivo no sea una antigua tradicion escandinava

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By Diario

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