—No puedo escuchar el ambiente a tu alrededor. Pero ¿qué es lo que estás escuchando?— me dice una voz agringada y amable que sale de mi celular.
—Son ruidos de construcción— le respondo.
—¡Oh, entiendo! Los ruidos de construcción pueden ser muy molestos. ¿Están trabajando en algo cerca de tu casa?
Y así inició una conversación fluida en la que le contaba lo que creía que estaba pasando en la casa vecina. El asistente comenzó a “mostrar interés” por la situación. No solo se limitó a hacerme preguntas como “¿tienes auriculares con cancelación de ruido?”, sino que comentó mis respuestas y luego emprendió con una serie de recomendaciones para que el tormentoso sonido no me afectase.
De haber tenido más tiempo, sin duda me quedaba un buen rato más “conversando”. Y entrecomillo la palabra porque es esa la sensación que da: la de estar hablando con un conocido, aunque soy consciente de que es “un simple asistente que predice cuál es la siguiente mejor palabra que debe ir después” y que tiene “la tarea de ayudar a las personas y a las compañías”, como me recalcó el director de Data e Inteligencia Artificial para Latinoamérica de Microsoft, Alex Le Bienvenu.
Entonces, siento que es inevitable pensar en películas como “Her”, estrenada en el 2013, o “Atlas”, recientemente lanzada, que tienen como coprotagonistas asistentes virtuales que pueden facilitar y optimizar la vida a sus humanos, o complicársela si quisiesen. Si bien estamos aún lejos de sincronizarnos con la inteligencia artificial (IA) como en “Atlas”, ya somos testigos de la rápida evolución de estas herramientas: hasta hace un par de años, respondían vía texto, luego fueron mejorando sus capacidades y ahora se han vuelto multimodales; es decir, pueden interactuar con texto, voz, imágenes, según lo que se les pida. Yo he llegado al punto de tener a mis asistentes digitales activos casi todo el día.
La vez pasada, sin darme cuenta, les hablé de manera jocosa a mis dos cachorras para que dejaran de gruñir. GPT-4 contestó, casi asustándome: “Parece que alguien está un poco gruñón hoy”. Y usó el mismo tono de voz que yo había empleado. Segundos después, más calmada, escuchaba sus explicaciones sobre cómo, a veces, los animales expresan sus emociones a través de sonidos como gruñidos. Su pregunta, antes de que decidiera apagarlo, fue: “¿Hay algo específico que pueda estar molestando a tu mascota?”.
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¿Cómo interactuar con el asistente?
Decidí probar también con Gemini, el nuevo asistente de Google. Le dije que asumiera el rol de guía turístico y me planifique un viaje a Roma de diez días.
“¡Hola! ¡Bienvenido a Roma! Soy tu guía turístico virtual para este viaje inolvidable. A continuación, te presento un itinerario detallado para tu viaje a Roma: Día 1…”. Escuchaba al asistente por mi altavoz mientras iba leyendo el plan que me proponía, que incluía fotos de las atracciones.
Le pedí más cosas: elaboró tres tipos de presupuesto para el viaje, añadió los precios estimados según mis hábitos de consumo y las actividades que me gustan, e incluso agregó algunas recomendaciones adicionales que no le había solicitado, como tipo de ropa que llevar para el mes que le había pedido indagar (setiembre) y características del clima para esa época, además de enlaces de los sitios web oficiales de las atracciones, para hacer seguimiento a precios y horarios.
Todo depende de lo que se le pida y, sobre todo, de cómo se le pida.
“No tienes que preocuparte de si estás usando el keyword correcto, no. Dale claramente el objetivo, el contexto. Seamos más específicos acerca de cómo queremos que este asistente se comporte”, recomienda Le Bienvenu. “Esto es lo que se llama ‘prompt engineering’ o ‘ingeniería de escribir las preguntas a estos agentes’”, resalta.
“Podemos decir al asistente: ‘Tu tarea es ser mi tutor de matemáticas y me tienes que ayudar a resolver problemas. Yo estoy en este grado académico y esto es lo que llevo en el curso: hazme 110 ejemplos de preguntas de examen para practicar tal cosa y muéstramelos como una imagen que pueda imprimir para luego resolverlos”, sugiere a manera de ejemplo. Es drástica la diferencia si solo se le pide a la IA que resuelva un problema puntual o si se le da alguna indicación muy general.
Si en la vida cotidiana son capaces de hacer todo lo comentado líneas arriba y más, en el ámbito corporativo los asistentes pueden ser claves para optimizar procesos y tiempos. Por ejemplo, si estuvo ausente del trabajo por un par de semanas y al regresar encontró su buzón de correos con una lista interminable, Copilot, de Microsoft, podrá organizarle los mails por prioridad y resumir las conclusiones de las, a veces, inacabables cadenas de correos.
O, si llegó tarde a una reunión virtual, puede encargarle a Copilot una síntesis de la reunión y hasta ver la transcripción completa de la conversación. Incluso activará el modo oscuro de su Windows 11 por sí solo si se lo ha indicado.
“Mientras más información se les brinde, estos modelos de lenguaje natural cada vez van a ser mejores en su razonamiento, estructura y todo”, sostiene Le Bienvenu. “Van a ser más precisos, más concretos, más versados. Van a tener características mejores frente a cómo se comportan hoy en día”.
Con cada descarga, los nuevos asistentes con IA se siguen entrenando. Asumen roles como ser profesor de un idioma, ayudan a comprar en línea, son capaces de estructurar informes y presentaciones, hacen lluvia de ideas y hasta elaboran los trabajos completos de algunos congresistas. Estamos en esa fase de comenzar a usarlos antes de que otros se vuelvan unos expertos, y eso, querido lector, se podría convertir en una gran desventaja.
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Movidas
La rápida evolución de la tecnología y el auge de la IA generativa, que está detrás de asistentes como ChatGPT y Gemini, han estado provocando ajustes de talentos en las planillas de las grandes firmas de Silicon Valley.
El último gran fichaje en la industria se produjo en marzo, cuando Mustafa Suleyman, uno de los investigadores de IA más renombrados, se convirtió en el nuevo CEO de Microsoft AI.
Otro nombre que figura por estos días es el de Jan Leike, quien lideró el equipo de seguridad de OpenAI y renunció en la primera quincena de mayo. Luego se unió a la startup Anthropic, que cuenta con el respaldo de Amazon.
Casi de forma simultánea a la renuncia de Leike, el cofundador de OpenAI Ilya Sutskever —uno de los que votaron a favor de la remoción de Sam Altman— anunció su salida de la compañía para sumarse a “un proyecto que es muy significativo para mí personalmente y sobre el cual compartiré detalles a su debido tiempo”.
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