Es un hallazgo reciente. Cada cabeza es única y lleva impresas las huellas de los recuerdos que van acompañados de las emociones, los olores, los sabores y los sonidos que sentimos durante esas experiencias rememoradas. Ese cóctel de estímulos activa conexiones únicas que van moldeando el órgano más complejo del cuerpo humano: El cerebro.
Entonces, ese recuerdo de la casa de la abuela que aparece cuando llega a nosotros ese aroma a pan, mantequilla y canela, habla de esa conexión que se creó en nuestro cerebro en la infancia, que se selló ahí y que es única.
Sucede lo mismo con otros recuerdos no tan gratos que involucran otras emociones y tal vez, otros sentidos.
Esas “firmas neurológicas” fueron analizadas en un estudio de la Universidad de Rochester de Nueva York publicado a fines de 2020 en la revista Nature Communications que ha permitido a los científicos prever un futuro cercano de terapias individualizadas para enfermedades relacionadas con el cerebro como el Alzheimer.
Estos descubrimientos acerca de la exclusiva estructura de cada cerebro ha llevado a comparar esta particularidad con las huellas digitales que son únicas en cada individuo aunque, obviamente, las marcas de los dedos son una prueba más accesible a la hora de determinar quién cometió un crimen.
Un mapa de acontecimientos
En la película animada Intensamente, de Pixar Animation Studios, se recrea la intervención de la alegría, la rabia, la tristeza, el desagrado y la angustia en todos los incidentes que se producen en la vida de una niña. Representadas por graciosos personajes, las emociones van moldeando el cerebro de ese ser humano en crecimiento.
La felicidad de compartir el triunfo tras un juego de hockey con papá y mamá, la tristeza de dejar atrás su ciudad, su casa y su mejor amiga por causa de una mudanza, la ira por sentirse incomprendida, y otros momentos buenos y malos, van derribando o levantando islas en la cabeza de la protagonista.
Aunque es una película dirigida al público infantil, la historia narra ese proceso complejo que lleva al cerebro a sufrir cambios al ritmo de los acontecimientos de la vida y muestra también que en la cabeza de cada persona ocurren cosas diferentes.
En el estudio de la Universidad de Rochester los investigadores pidieron a 26 participantes que recordaran escenarios rutinarios como conducir, asistir a una boda o comer en un restaurante.
Las descripciones verbales que hicieron los participantes acerca de estos eventos fueron trasladadas a un programa lingüístico computarizado que convirtió el escenario narrado en números.
Asimismo, se les pidió que hablaran de las características de la experiencia en cuanto a colores, sonidos, movimientos y las diferentes emociones.
Después, se les hizo una resonancia magnética funcional (fMRI) mientras se les pedía que reimaginaran la experiencia. De esta forma los investigadores pudieron medir cuáles áreas del cerebro se activaban mientras revivían esos recuerdos.
Así, por ejemplo, cuando el voluntario narraba que mientras conducía veía un semáforo en rojo, se activaron en su cabeza las áreas de movimiento y color y, con estos datos, los investigadores construyeron un modelo del cerebro de cada participante con su actividad neurológica única.
“Cuando las personas imaginan tipos similares de eventos, cada persona lo hace de manera diferente porque tienen diferentes experiencias”, dijo la especialista en Neurociencia Feng Vankee Lin, coautora del estudio cuando fue publicado.
Agregó que esta investigación demuestra que es posible decodificar información compleja del cerebro humano relacionada con la vida cotidiana e identificar “huellas dactilares” neuronales que son “únicas para la experiencia recordada de cada individuo”.
Para los investigadores, estos hallazgos podrían llevar a nuevas maneras de diagnosticar y estudiar los trastornos asociados a las fallas de la memoria como la demencia, la esquizofrenia y la depresión.
Y como cada cerebro es único, se espera asimismo que sea posible personalizar los tratamientos y planificar terapias más efectivas con base a ese mapa neurológico o huellas dactilares de cada individuo.
Los autores de este estudio dicen que muchas de las regiones cerebrales que lograron identificar, tienden a disminuir su función durante el proceso de envejecimiento y son vulnerables a la degeneración que es la que causa enfermedades como el Alzheimer.
Es por eso que las investigaciones que se han hecho sobre el funcionamiento del cerebro han abierto puertas para la comprensión de enfermedades, condiciones y trastornos, y se han podido diseñar los tratamientos de algunas de las afecciones. Sin embargo, de este complejísimo órgano se sabe aún muy poco.
El viaje de la neurona
La palabra neurona fue popularizada en el año 300 a.C por los médicos griegos Herófilo de Calcedonia y Erasístrato de lulis que fundaron la escuela de anatomía en Alejandría.
Juntos, diseccionaron cadáveres humanos y de animales y analizaron el cerebro a tal punto que no solo diferenciaron las principales estructuras del órgano, sino que también describieron el rol de la coordinación motriz. Observaron que los nervios se concentraban en el sistema nervioso central y el papel que jugaban en la sensibilidad y motricidad.
También estudiaron el grado de inteligencia de las diferentes especies animales según la capacidad del cerebro de plegarse.
Después de estos hallazgos de los llamados “padres de la anatomía” hay un salto en la evolución de estos estudios del cerebro hasta el siglo XVI cuando se retoman los descubrimientos griegos para seguir profundizándolos.
El Cristianismo se opuso entonces a todo tipo de experimentación científica, pero cuando los científicos se despojaron de los cilicios, retomaron los estudios hasta que el neurocientífico español Santiago Ramon y Cajal logró entender la sinapsis neurológica y su importancia en el funcionamiento del cerebro, lo que le valió el Nobel de Medicina en 1906.
A partir de entonces, se han practicado muchos estudios sobre cerebros extraídos a cadáveres y, gracias a la tecnología creada en el siglo XX, se han dado importantes descubrimientos sobre personas vivas.
En la actualidad siguen existiendo cerebros guardados de personajes famosos, y no famosos, porque fueron, o siguen siendo, sometidos a análisis. Por ejemplo, en un sótano de la Universidad de Dinamarca del Sur son preservados en formol 9.479 cerebros que fueron extraídos de pacientes que murieron en centros psiquiátricos de todo el país desde 1940 hasta 1980.
Esta colección ha sido usada para la investigación científica desde los años 90, después de que el Consejo de Ética de Dinamarca lo permitiera tras muchos debates sobre el uso de partes de personas a las que nunca se les preguntó si estaban de acuerdo con donarlas a la ciencia.
Y más recientemente, en el continente americano, un estudio de la Universidad de Wisconsin-Madison, encontró que la estructura cerebral de un psicópata es significativamente diferente al de las personas que no lo son.
El estudio fue practicado sobre una población de 40 presos de una prisión de mediana seguridad de Wisconsin que habían cometido delitos similares, pero 20 de ellos tenían diagnóstico de psicopatía, y los otros 20, no.
Los científicos encontraron que los psicópatas tienen reducidas las conexiones entre la corteza prefrontal, que es la zona que se encarga de sentimientos como la empatía y la culpa, y la amígdala, que es la responsable de procesar el miedo y la ansiedad.
Se vio entonces que las dos estructuras que se encargan de las emociones y el comportamiento social no se están comunicando de forma adecuada.
“Los resultados podrían ayudar a explicar el comportamiento antisocial insensible e impulsivo exhibido por algunos psicópatas”, se lee en el sitio web de la Escuela de Medicina y Salud Pública de la Universidad de Wisconsin-Madison.
Sin embargo, el hecho de tener una estructura cerebral de psicópata no lleva a todos sus portadores a cometer un crimen, y esto también se ha comprobado.
En 2005, el científico James Fallon, profesor de Neurología de la Universidad de California Irving (UCI) analizaba las tomografías cerebrales de un grupo de psicópatas asesinos que tenía en su escritorio.
Después pasó a analizar otro grupo de tomografías de su propia familia, y sintió alivio al confirmar que todas eran normales, menos una. Creyó que era un error y que alguna de las del grupo de psicópatas se había colado entre el grupo de sus parientes.
Era una tomografía que se parecía “a los peores casos que había visto”, dijo el científico. Es decir, las áreas relacionadas con la empatía, los valores morales y el autocontrol estaban “completamente apagadas”.
Entonces tuvo un sobresalto al confirmar que la tomografía del cerebro perturbadoramente psicopático era el de él.
Después de este descubrimiento, se sometió a pruebas genéticas y para más asombro se dio cuenta de que tenía un cóctel de genes que predisponen a la agresión, la violencia y la baja empatía.
Cuando decidió indagar en el por qué no se había sentido impulsado a ser un criminal pese a tener estas características cerebrales y genéticas que lo predisponían a la maldad pura, concluyó que esto se debía a que había crecido en una familia amorosa y que este entorno de cariño y armonía se había mantenido en su vida.
“La biología no es una sentencia de muerte, pero puede dar un potencial alto para estas cosas”, dijo el investigador que hizo público su caso y también escribió un libro llamado The Psycopath inside.
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Fuentes: BBC, Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos de Estados Unidos, Science Advances, Science Daily, Universidad de Wisconsin-Madison
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