Si mira a su alrededor, está rodeado de tecnología que probablemente no sepa cómo funciona y, si lo sabe, no sería capaz de reproducir. Y no solo hablamos de los complejos chips del teléfono móvil. La tinta que impregna las páginas de un libro, el tejido sintético de una camiseta o una llave metálica requieren una cantidad de conocimiento ingente y combinado, que está distribuido entre muchas personas y apareció por la acumulación de saberes a lo largo de incontables generaciones. Esa capacidad para adquirir conocimientos de los ancestros y pasarlos a los descendientes después de añadir alguna…

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Si mira a su alrededor, está rodeado de tecnología que probablemente no sepa cómo funciona y, si lo sabe, no sería capaz de reproducir. Y no solo hablamos de los complejos chips del teléfono móvil. La tinta que impregna las páginas de un libro, el tejido sintético de una camiseta o una llave metálica requieren una cantidad de conocimiento ingente y combinado, que está distribuido entre muchas personas y apareció por la acumulación de saberes a lo largo de incontables generaciones. Esa capacidad para adquirir conocimientos de los ancestros y pasarlos a los descendientes después de añadir alguna mejora, y de hacerlo con precisión, más allá de la copia a bulto de lo que hacen otros, que se ha visto en chimpancés y monos, es una de las habilidades que aún parecen exclusivas de la humanidad.

Por eso, buscar el origen de esa capacidad de acumular cultura es también buscar algo parecido al origen humano. Un artículo que se publicó este lunes en la revista PNAS y firman Jonathan Paige, de la Universidad de Misuri, y Charles Perreault, de la Estatal de Arizona, ambas en EE UU, trata de identificar ese momento crucial, que ellos sitúan hace unos 600.000 años. Llegaron a esa cifra después de analizar herramientas de piedra de los últimos 3,3 millones de años, comparando la complejidad de las herramientas producidas por otros animales y haciendo experimentos en los que los investigadores fabricaron utensilios líticos para ponerse en el lugar de aquellos humanos prehistóricos.

Hay indicios de que hace más de tres millones de años, en lugares como Dikika, en Etiopía o Lomekwi, en Kenia, los primeros homínidos utilizaban artefactos de piedra para extraer carne de los animales. Estas primeras herramientas hicieron posible una alimentación mejor que permitió un crecimiento del cuerpo y el cerebro y una mayor habilidad manual para crear mejores artilugios. Al principio, los núcleos y las lascas se generaban sin mucha planificación, persiguiendo una utilidad intuitiva como la que buscan algunos monos hoy cuando producen lascas, no muy distintas de las que utilizaban los primeros miembros del género Homo. Esa forma de hacer las cosas se transmitió durante cientos de miles de años, a un ritmo que aún estaba lejos del que se asocia a la especie humana.

El cambio fue paulatino, con unas tecnologías que se podían aprender con cierta facilidad y poca información, simplemente mirando como lo hacían otros. Los autores plantean incluso que hace 1,8 millones de años, después de la aparición de las hachas de mano, que suponen un salto tecnológico importante y una mayor planificación, se produce cierto estancamiento, porque la habilidad manual no era suficiente para continuar con el mismo avance veloz. Eso cambió hace 600.000 años. Las transformaciones que comienzan a verse en las herramientas de esa época, más finas y diversas, requieren dedicar mucho tiempo al aprendizaje y es posible que el tallado de las piedras se transmitiese como ahora se enseña un oficio.

Los autores defienden que el aumento rápido y continuo de la complejidad se puede explicar por la capacidad de aquellos homínidos para acumular cultura. Aparece una mayor variedad de herramientas, de formas de tallado y de combinación de elementos que multiplican exponencialmente las posibilidades de la tecnología. A medida que se descubren nuevas técnicas de tallado, se expanden las posibilidades de diseño. Por ejemplo, la percusión con martillo blando y la talla por presión permiten hacer hachas de mano más delgadas de lo que es posible con la percusión con martillo duro. Estas tecnologías más complejas también son más difíciles de descubrir, dominar y enseñar.

La evolución del acervo cultural se produce a la vez que los cambios biológicos que facilitan el aprendizaje desde una etapa muy temprana de la vida. La cocina, por ejemplo, redujo el tamaño del intestino y facilitó la extracción de más energía para alimentar el cerebro a partir de la misma cantidad de comida. Eso favorece el crecimiento de un cerebro con la capacidad para adquirir habilidades cada vez más complejas o de manejar los dedos con una finura imprescindible para fabricar aparatos más sutiles.

Aunque la gran explosión tecnológica se suele asociar a la aparición de los humanos modernos, Paige y Perreault plantean que la cultura acumulativa puede ser anterior a la separación de los linajes de neandertales y sapiens, y que pudo desarrollarla un ancestro común. “Esto se refleja en la complejidad solapada de ambos grupos durante el Pleistoceno tardío”, afirman, y podría explicar por qué algunos investigadores han visto que las tecnologías asociadas a los neandertales en el Pleistoceno Medio son más complejas que algunas relacionadas con los humanos modernos al final de ese periodo.

Ignacio de la Torre, investigador del CSIC, duda de que existan pruebas convincentes de que los neandertales sean capaces de elaborar artilugios más avanzados que los sapiens, pero plantea que “la explosión tecnológica o de innovación se podría atribuir a una especie de precursores de Homo sapiens”. Aunque la relación entre los restos arqueológicos y las características biológicas de los seres que los crearon no siempre es nítida, y muchas tecnologías son tan útiles que son transmitidas entre especies durante largos periodos, De la Torre no descarta que la fiebre innovadora se acabe asociando a la presencia de una especie humana con características más modernas que aún no está identificada.

“Cada cuatro o cinco años se anuncian nuevos hallazgos de Homo sapiens más antiguos”, indica. “Hasta hace unos 15 años, los restos más antiguos tenían 100.000 años. Después aparecieron restos de 150.000 años, un 50% más antiguo, y en 2017 se publicaron restos de humanos modernos de hace 300.000 años. Se ha duplicado la cronología de Homo sapiens en poco más de 15 años”, asevera De la Torre. “Estas equivalencias entre biología y arqueología hay que cogerla con pinzas, pero ¿quién nos dice que dentro de unos años no se encuentren restos de Homo sapiens de hace medio millón de años?”, concluye.

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Por Diario

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