El populista Nigel Farage, el “enfant terrible” de la política británica, siempre quiere marcar distancias con el “establishment”. Por lo tanto, mientras que todos los partidos hablan de manifiesto electoral, él prefirió ayer utilizar el término “contrato” con el electorado para presentar sus propuestas de cara a las elecciones generales del próximo 4 de julio.

La fórmula, una vez más, le está funcionando. Apenas lleva dos semanas como líder de Reforma, pero ha conseguido convertirse en el protagonista de una campaña aburrida con un resultado más que previsto.

Con más de veinte puntos de ventaja en los sondeos para los laboristas y con complejo sistema electoral que no ayuda a las nuevas formaciones a entrar en Westminster, Farage es plenamente consciente de que no tiene ninguna posibilidad de mudarse a Downing Street. “No pretendemos que vayamos a ganar estas elecciones generales. Somos un partido político muy, muy nuevo y hubiéramos preferido que estas elecciones hubieran tenido lugar en octubre o noviembre para estar más preparados. Pero estamos corriendo muy rápido para alcanzarlos”, recalcó.

Con un carisma y telegenia que no tienen ni el premier Rishi Sunak ni el laborista Keir Starmer, Farage va adelantado cada día posiciones en las encuestas, situándose incluso en la de YouGov de la semana pasada como segunda fuerza política, por delante de los conservadores.

El populista se presenta ahora como la auténtica oposición. De ahí que para presentar su “contrato con el electorado” se desplazara ayer hasta Merthyr Tydfil, en Gales, donde el laborismo lleva gobernando 25 años.

Su programa presenta un gran paquete de recortes de impuestos, incluido un ahorro de 30 mil millones de libras eliminando los objetivos medioambientales de cero neto y 15 mil millones de libras en ayudas sociales.

Tema migratorio

Con todo, el control de la inmigración sigue siendo su gran prioridad y para ello plantea introducir un nuevo impuesto a los empleadores que contraten trabajadores extranjeros y abandonar la Convención Europea de Derechos Humanos, uno de los reclamos de la derecha radical, ya que fue el tribunal de Estrasburgo el que impidió que se llevara a cabo la primera versión del polémico Plan Ruanda del Gobierno para mandar al país africano a los solicitantes de asilo llegados por rutas irregulares. “Los conservadores llevan catorce años prometiendo reducir la inmigración y aún no lo han conseguido”, denunció como claro alegato al voto protesta, donde reside su gran atractivo político.

Fue la victoria de su primer partido UKIP en las elecciones europeas de 2014 lo que llevó al Gobierno conservador a convocar el histórico referéndum que terminó con la victoria del Brexit. Fue la victoria de su segunda formación, el Partido Brexit, en las elecciones europeas de 2019 lo que aseguró la dimisión de Theresa May y obligó a los tories a negociar un divorcio duro. Y todo apunta a que ahora su tercer proyecto, Reforma, hará temblar de nuevo los pilares de Westminster donde aspira a conseguir su primer escaño. El apoyo a su partido por parte del electorado de la derecha desencantado con las filas de Sunak podría llevar a los tories a la auténtica aniquilación.

Pese a su habitual tono provocador, Farage se mostró ayer más calmado de lo habitual apostando por los valores tradicionales “Somos un partido que sabe en qué creemos: familia, comunidad, país”, dijo. “Creo que hay una completa falta de liderazgo. La gente necesita cierta sensación de inspiración”, añadió. En este sentido, dijo que se puede ser “tradicional y radical al mismo tiempo”. “Apoyo un cambio real y genuino para brindarnos un futuro mejor, más brillante y más fuerte. Llevo un par de semanas volviendo a este trabajo y siento que lo estamos haciendo bastante bien”, concluyó. Si los partidos del establishment apuestan ahora por echarle en cara que sus propuestas no se pueden alcanzar, una vez más le estarán haciendo el juego.

La mayor parte del Gabinete –incluido el primer ministro– apenas se refieren a Farage por su nombre, llamando indirectamente a Reforma “el otro partido”. Aunque el ministro de Exteriores, David Cameron, sí fue más directo en sus entrevistas el pasado fin de semana. “Yo apuesto por una política sólida y un lenguaje mesurado. Creo que con estos populistas lo que se obtiene es un lenguaje incendiario y una política desesperada”, señaló.

La cuestión es que el centrismo conservador que en 2010 llevó a David Cameron a Downing Street -el mismo que ahora está siendo defendido por Sunak- ha dejado de ser atractivo para gran parte de las bases tories. Mientras que todos los llamados “padres centristas” han desertado y se han pasado bien al Partido Laborista o a los Liberal Demócratas, el voto conservador tradicional exige ahora respuestas mucho más contundentes a cuestiones como la inmigración o el ascenso del Islam radical. Y es Farage quien representa su voz.

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By Diario

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