PARÍS.- Solo habían pasado un puñado de segundos después de conocerse ayer el veredicto de las urnas en las elecciones europeas cuando el Palacio del Elíseo provocó una primera sorpresa al anunciar la intervención de Emmanuel Macron ante las cámaras de televisión de Francia. Según los miembros de su equipo, lo que el presidente francés se aprestaba a decir era “capaz de hacer olvidar los resultados”. Nada fue más cierto.
Ante la performance histórica de Reunión Nacional (RN), de Marine Le Pen, el jefe de Estado anunció la disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria a elecciones legislativas el 30 de junio y el 7 de julio.
“La extrema derecha es a la vez el empobrecimiento de los franceses y el desclasamiento de nuestro país. Yo no podría, hoy, hacer como si nada hubiera sucedido”, dijo Macron en un brevísimo mensaje.
“Al crecimiento de la extrema derecha, se agrega una fiebre que se ha apoderado del debate público y parlamentario de nuestro país, un desorden que inquieta a los franceses y a veces los conmociona”, siguió. “Los peligros que se nos presentan exigen claridad en nuestros debates, ambición para el país y respeto por cada francés. Es por eso que decidí darles nuevamente la posibilidad de decidir nuestro futuro parlamentario mediante el voto. Esta noche disolveré la Asamblea Nacional”, sentenció.
Esas palabras provocaron un verdadero terremoto en el país. La última disolución de la Cámara de Diputados se había producido en 1997. El entonces presidente, el conservador Jacques Chirac, aun contando con una mayoría, esperaba completar su control sobre el Palais-Bourbon, sede de la Asamblea. Terrible cálculo, pues terminó obligado a soportar una cohabitación con un primer ministro socialista.
Hoy, el contexto es muy diferente. Desde 2022, el campo presidencial está en una incómoda situación de mayoría relativa, debido a la cual la eventualidad de una disolución a fin de salir del bloqueo político volvía una y otra vez desde el comienzo de su segundo mandato. Pero si ese escenario nunca se concretó fue porque Renacimiento, el partido presidencial, y sus aliados sabían que no tenían ninguna posibilidad de obtener mejores resultados en caso de legislativas anticipadas.
Esa situación no cambió. Pero las elecciones europeas la agravaron. Reunión Nacional acaba de obtener un resultado histórico, al superar el 31% de los votos. Aun teniendo en cuenta que ese porcentaje contiene solo al 50% del padrón, ya que la participación fue apenas del 50%, la cifra representa más del doble del de la lista de Renacimiento, liderada por la macronista Valérie Hayer.
Jordan Bardella, cabeza de lista de la extrema derecha, no se equivocó. En su discurso después de los resultados, solicitó precisamente la disolución de la Asamblea. “A riesgo de perseverar en un callejón democrático sin salida, el presidente debe someterse al espíritu de las instituciones”, dijo el joven presidente de RN.
“El objetivo es volver al pueblo y a la respiración democrática”, admitían ayer por la mañana los colaboradores de Macron en el Elíseo. El mandatario decidió la disolución debido a las circunstancias, pero también tras una larga reflexión.
“Esta situación podía terminar siendo fuente de frustración o resentimiento”, agregaron, poniendo el acento en la ausencia de “respiración democrática” durante este segundo quinquenio, que debe concluir en 2027.
Pero, ¿por qué Emmanuel Macron decidió acceder al pedido de la extrema derecha?
Arriesgando deliberadamente someterse a una cohabitación con la extrema derecha, el presidente espera quizás obligar a RN a salir de la confortable posición de opositor. “Obligándolos” a gobernar hasta 2027 –en caso de victoria en las legislativas–, Macron puede esperar que el ejercicio del poder reduzca la popularidad del partido. Podría así poner a Le Pen y a su agrupación en situación de defender el balance de gobierno cuando lleguen las presidenciales. Una postura mucho más difícil que la de opositor, cuya campaña solo reposa en promesas.
Al mismo tiempo, ya que Macron no puede aspirar a un tercer mandato, su familia política podría emanciparse del estatus de “gobierno saliente” y aparecer como una alternativa. Como una suerte de repetición –aunque más vasta y mucho más arriesgada– de su propia estrategia, cuando dejó el gobierno del socialista François Hollande suficientemente temprano como para tomar distancia y no sentirse responsable de su balance.
Esa hipótesis –probablemente la más cínica– no es obligatoriamente la única. El presidente tal vez espere que, convocando a estas elecciones, provocará un electroshock en los electores. Durante la campaña de las europeas, cuando los sondeos ya anunciaban el derrumbe de Renacimiento, los colaboradores de Macron minimizaban el escenario, describiendo esos comicios como “una elección donde la gente protesta, sin decir nada sobre las relaciones de fuerza políticas nacionales para 2027″.
Decidiendo disolver la Asamblea, Macron tal vez pretenda probar a través de las urnas que los franceses no están listos para ser gobernados por la extrema derecha. Si así es, seguramente jugará la carta de la responsabilidad de los partidos de oposición republicanos, forzándolos a unirse para frenar a RN.
“Vamos para ganar. Las fuerzas republicanas pueden hacerlo”, afirmaban los colaboradores del presidente. “Nuestra voluntad es ir a buscar una mayoría para poder actuar. El presidente no se inscribe para nada en esa lógica (de la cohabitación)”, insistían.
En todo caso, el riesgo asumido por el presidente es enorme. Macron lo sabe. Y lo dijo durante su mensaje: “Es una decisión grave y pesada. Pero ante todo, un acto de confianza”.
“En los próximos días indicaré la orientación que creo justa para nuestra nación”, agregó, antes de colocarse por encima de la lucha partidista en ciernes, recordando que es “el único” que no jugará nada en 2027. “Mi única ambición es ser útil a nuestro país”, concluyó.
Un país que, por el momento, se ha precipitado en lo desconocido.
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