Tan solo han pasado tres meses desde la última prueba de Starship, el megacohete de Elon Musk con el que la NASA quiere volver a la Luna en 2026 y con el que el siempre polémico magnate predica que será el primero en … llegar a Marte. Pero, sin duda, en SpaceX han aprovechado el poco tiempo de margen para aprender importantes lecciones.
En este caso, el principal objetivo de la prueba ya no era alcanzar la órbita, como en el tercer intento. El foco aquí estaba en demostrar la capacidad del cohete para que sus dos partes llevaran a cabo una reentrada controlada, algo que, hasta ahora, había quedado en segundo plano en los anteriores test. El cohete debía elevarse y, a los 2 minutos 45 segundos separarse en dos partes: por un lado Starship, la etapa superior que debía continuar su viaje una hora más, en una trayectoria parabólica que acabase también de forma controlada sobre el Océano Índico; y SuperHeavy, la base del cohete impulsada por 33 motores Raptor que poco después, concretamente a los 7 minutos y 4 segundos del despegue, debía amerizar de forma controlada en el Golfo de México, en el Océano Pacífico.
Y lo hizo: con unos 50 minutos de retraso, el cohete integrado se elevó en el aire, separándose sin ningún tipo de problema y enviando impresionantes imágenes desde cámaras integradas en diferentes partes del chasis. SuperHeavy realizó un vuelo casi perfecto -la única ‘pega’ fue que uno de sus motores Raptor de la parte del aro exterior no se encendió durante el despegue, si bien no afectó a la prueba-. Las imágenes mostraron cómo el cohete, de 70 metros de altura, se posaba suavemente sobre el Pacífico. Todo parece indicar que la próxima vez que veamos a este gigante aterrizar sea sobre una plataforma marítima.
Mientras, Starship, la etapa superior de 50 metros, continuaba su camino sin aparentes problemas. El reto consistía en sobrevivir a una reentrada atmosférica, sin que el roce destruyera la nave, como ocurrió en el tercer intento. De hecho, el propio Musk afirmó que esta es la parte que más quebraderos de cabeza está dando ahora a los ingenieros, ya que las altas temperaturas a las que se somete el vehículo degradan el material, lo que provoca que haya demoras entre un lanzamiento y otro debido al tiempo que se tarda en reemplazarlo.
Tras alcanzar los 300 kilómetros de altura, Starship empezó a bajar de forma gradual hasta los 60 kilómetros de la superficie del Índico, más lejos de lo que llegó el anterior prototipo. En ese momento, el cohete empezó a mostrar signos de estrés térmico por el contacto a altas velocidades con las capas más densas de la atmósfera. Las cámaras consiguieron retransmitir casi de principio a fin -salvo cortes intermitentes- cómo los alerones se deshacían literalmente durante el descenso. Y, sin embargo, estos respondieron cuando a tan solo unos kilómetros de la superficie del mar, se reorientaron a pesar de estar hechos pedazos, acompañando a los motores que también se encendieron para voltear la nave en la posición adecuada.
Un final de infarto que fue acompañado por vítores del equipo de SpaceX, que hacía historia al conseguir el primer viaje completo de su buque insignia, Starship. “A pesar de la pérdida de muchas fichas y un flap dañado, ¡Starship logró un aterrizaje suave en el océano! ¡Felicidades al equipo por un logro épico!”, felicitaba a través de la red social X su jefe, Musk, quien estuvo presente en la sala de control junto a uno de sus hijos.
Las pruebas anteriores
La primera prueba del cohete Starship integrado (la compañía lleva años testando por separado ambas partes, en la mitad de los casos con explosivos resultados) tuvo lugar en abril del pasado año. En ese momento, el vehículo consiguió despegar, pero acabó autodestruyéndose apenas 3 minutos después al no poder separar ambas etapas durante el vuelo. Hubo que esperar hasta el segundo test en noviembre para ver la proeza. Sin embargo, la alegría duró poco, y unos minutos después tanto Starship como SuperHeavy acabaron envueltos en llamas.
El tercer intento fue mucho mejor. La separación de las etapas se llevó a cabo correctamente y tanto SuperHeavy como Starship continuaron sus caminos como estaba previsto. El problema llegó con el amerizaje y la reentrada: el primero, si bien se colocó en la posición correcta, en el último momento acabó cayendo de forma descontrolada. Starship, por su parte, continuó alcanzando hasta los 230 kilómetros de altura, momento en el que empezó a bajar. Completó con éxito, además, la demostración de la puerta de carga útil. Después, llegó el momento crítico del encendido de sus seis motores Raptor en el espacio, una de las maniobras más complicadas de la prueba. Aunque la nave en un primero momento se puso en posición vertical tal y como estaba previsto, durante la reentrada se pudo observar cómo osciló en una trayectoria sin control.
Tras esto, la comunicación se cortó. «Todo parece indicar que hemos perdido la nave», señalaban desde SpaceX después de diez agónicos minutos sin noticias de Starship. «A pesar de todo, centrémonos en que hoy ha sido un gran día y que toda la información que hemos recabado nos ayudará mucho en las siguientes pruebas».
El futuro de Starship
La idea es que Starship sea una nave totalmente reutilizable y, lo que este jueves ha acabado en el mar, en futuros vuelos finalice en una maniobra impecable sobre una plataforma marítima -lo que probablemente veamos en las próximas pruebas-. También se contempla el plan alternativo de configurar el cohete para que algunas de su partes sí que sean de un solo uso, con lo que la carga útil se podría aumentar de 150 a 250 toneladas.
El objetivo final es utilizar esta nave para llevar a los astronautas de la misión Artemis 3 a pisar la Luna de nuevo. Un lanzamiento que ha sido retrasado hasta septiembre de 2026, en parte porque Musk no tiene a punto aún su cohete. Aparte, la intención del magnate es usar su nueva nave para, al menos, tres vuelos espaciales privados, dos de ellos para transportar a los primeros turistas espaciales que orbitarán nuestro satélite.
Starship es también el cohete más grande jamás construido: tiene una altura 122 metros y el doble de potencia que el Space Launch System (SLS), el cohete de la NASA que ahora mismo se está utilizando en el programa Artemis, y que ostenta el actual récord. Sin embargo, la intención de SpaceX es ampliarlo en el futuro otros diez metros más, según adelantó Musk hace un año, por lo que puede que el gigante Starship aún guarde algunas ‘explosivas’ sorpresas.
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