Desde hace casi un siglo, se sabe que la vitamina D es imprescindible para mantener los niveles de fósforo y calcio en la sangre en el rango necesario para tener un esqueleto y unos músculos sanos, y, en los últimos años, se ha confirmado su relevancia para la regulación del sistema inmunológico o en el desarrollo cerebral. Por ese motivo, resultan preocupantes algunos datos epidemiológicos que sugieren que hasta el 40% de la población europea tiene una carencia de esta sustancia. Esa falta es más delicada en personas mayores, especialmente mujeres menopáusicas, porque con la edad se sintetiza peor esta vitamina, embarazadas, personas obesas, porque la vitamina D es liposoluble, y también en niños.

La principal vía de producción de vitamina D es el colesterol de la piel, que la genera cuando se expone a la radiación ultravioleta del sol. Los cambios de vida, que nos mantienen cada vez más tiempo en interiores, pueden explicar la falta de vitamina D, pero hay quien culpa también al uso de cremas solares que bloquean la radiación solar.

En este punto se produce una colisión entre dos efectos contrapuestos para la salud. Los cánceres de piel, aunque en su mayoría no son letales, son los más frecuentes entre las personas de piel blanca, algo que hace muy recomendable el uso de protección solar, en particular en los meses más calurosos en las horas centrales del día. Estudios en Australia han mostrado que la aplicación de cremas solares pueden reducir la incidencia de cáncer de piel entre un 10% y un 15% y se estima que un aumento del uso de estos productos en un 5% en la población puede reducir la incidencia de melanoma en un 10% en una década.

El Grupo Español de Fotobiología de la Asociación Española de Dermatología publicó en 2020 unas tablas en las que se pueden ver los márgenes estimados de exposición solar, tanto en invierno como en verano, para obtener una estimulación adecuada de la producción de vitamina D sin llegar a quemarse según el tipo de piel. Si se toma una piel tipo 3, la más común entre los españoles, en verano, bastarían ocho minutos de exposición de la cara o los brazos para alcanzar los niveles adecuados de vitamina D, y se empezaría a sufrir quemaduras a partir de los 32 minutos. En invierno, el mínimo para la dosis de vitamina D estaría en 25 minutos y la quemadura llegaría después de la hora y media de exposición. Estas cifras variarían si se tiene la piel más clara o más oscura y dependiendo de la latitud, porque no es lo mismo estar en España que en algún lugar del trópico. José Aguilera y María Victoria Gálvez, coautores del estudio, han desarrollado la aplicación UV Derma que ayuda a gestionar esta información de forma individual con el móvil.

Yolanda Gilaberte, jefa del Servicio de Dermatología del Hospital Miguel Servet de Zaragoza y coautora del documento, reconoce la dificultad de lograr un equilibrio entre la necesaria protección de la piel y la necesidad de vitamina D. “Hay sociedades científicas que recomiendan 20 nanogramos por mililitro de vitamina D, que es lo que garantiza la salud osteomuscular, que evita el raquitismo o problemas musculares”, explica Gilaberte. “Pero en los últimos años se ha visto que la vitamina D tiene un efecto importante sobre nuestro sistema inmunitario, que cuando bajan sus niveles se sufren más catarros o aumenta el riesgo de cáncer. Por ese efecto inmunorregulador, hay sociedades que creen que los niveles deben estar por encima de 30 nanogramos”, añade. “Lograr esos niveles en España en invierno es muy difícil, deberíamos estar expuestos al sol mucho tiempo, y tampoco sabemos si los niveles de vitamina D en invierno o en verano han de ser los mismos”, plantea la dermatóloga. “De veinte para abajo, está claro que es malo, pero hacia arriba hay dudas. Es un campo en el que aún queda por investigar”, resume.

En el equilibrio entre la protección frente al exceso de sol y el defecto de vitamina D, Gilaberte recuerda un estudio que realizaron en niños en Huesca, en el que vieron que los que se ponían protección solar de factor 30 tenían mejores niveles de vitamina D, probablemente porque estaban expuestos al sol durante más tiempo. El protector solar no bloquea por completo la radiación ultravioleta, algo que sí hace la ropa. Si la piel de una persona sin protección se pone roja tras 20 minutos al sol, con un factor 2 serían necesarios 40 y con un 50, 1000 minutos (16,6 horas). “Esta es la teoría, porque habitualmente nos ponemos menos cantidad de la utilizada para calcular estos factores en los laboratorios y el factor real en nuestra piel es menor”, concluye.

En una revisión de estudios de 2019, se observó que, aunque hay estudios experimentales que sugieren un riesgo teórico de falta de vitamina D por el uso de protección solar, no hay evidencia concluyente de que esto ocurra en situaciones de la vida real. Esto sucede, probablemente, porque la gente no suele aplicarse tanta cantidad de crema como en los experimentos. En aquel trabajo se comentaba que se necesita más investigación, especialmente con protectores solares de factor alto y en diferentes entornos de radiación ultravioleta, pero se recordaba que, en general, los beneficios de estos productos en la prevención del cáncer de piel parecen superar el riesgo de deficiencia de vitamina D.

Carmen Vidal, catedrática de nutrición de la Universidad de Barcelona, coincide en que, en torno a la vitamina D, hay aún “bastantes incertidumbres y necesidad de investigación”. “Se detectan niveles más bajos de los establecidos, que se puede deber a una menor exposición al sol, a que se use más protección o a la reducción en el consumo de grasas, pero no se llega a ver que eso se relacione con un aumento de enfermedades relacionadas”, explica. “Esto puede ser porque los niveles recomendados sean excesivos o por discrepancias en los métodos de análisis”, plantea.

Como en el caso del uso de cremas de protección solar, la vitamina D que llega por la dieta también ha descendido por medidas con beneficios para la salud. “Se ha reducido el consumo de grasas, porque la obesidad es un problema, y había productos, como los lácteos enteros, que eran una fuente habitual de vitamina D”, resume. Por el momento, será necesario afinar en el conocimiento sobre cuáles son los niveles de vitamina D sanos para cada edad, teniendo en cuenta características individuales, y buscar un equilibrio entre objetivos que a veces requieren medidas contradictorias.

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By Diario

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