Se supone que la frontera entre Corea del Norte y del Sur es el lugar más tenso del planeta. A través de las noticias, vemos cómo el mundo se estremece cada vez que Kim Jong-un -líder supremo norcoreano- se despierta con ganas de lanzar misiles. Pero resulta que la DMZ (zona desmilitarizada, que divide a ambos países) es un lugar sumamente tranquilo. Demasiado tranquilo.
En 1945, el contexto de la Guerra Fría, Corea se transformó en un territorio fragmentado en dos países antagonistas. Los surcoreanos dicen que son el único país dividido en el mundo (spoiler: no lo son).
Tras el bombardeo nuclear a Japón, la Unión Soviética invadió la península de Corea, que era controlada por los japoneses. Las tropas de Stalin ingresaron por el norte, mientras que Estados Unidos desembarcó por el sur. Ambos bloques avanzaron hacia el centro y se detuvieron en el paralelo 38º. La Corea del Norte comunista y la del Sur capitalista habían nacido.
Cinco años después, la entonces pujante y próspera Corea del Norte invadió el sur, dando inicio a la Guerra de Corea, que si bien tuvo un cese al fuego, oficialmente todavía no termina porque nunca se firmó la paz. Por eso, las tensiones entre ambos países son permanentes. Y la frontera, objeto de fascinación mundial.
La frontera de Corea del Norte: un destino turístico
Hoy, más que de zona desmilitarizada habría que hablar de zona turística.
BioBioChile fue invitado a Corea del Sur y pude visitar la DMZ. A diario, lujosos buses recorren los casi 50 kilómetros que apartan Seúl -capital surcoreana- de la frontera. Tomé uno de esos.
A medida que uno se aproxima al límite con el norte, el paisaje de la ultramoderna y tecnológica ciudad, repleta de complejos de residencias con torres de edificios de 30 a 40 pisos, da paso a una Corea del Sur campesina, donde aún se prepara el tradicional kimchi en tinajas fermentadoras.
Allí, en la provincia de Gyeonggi, está el Observatorio Dora, donde desde un anfiteatro emplazado en la línea de defensa del sur se puede ver a simple vista Corea del Norte. Literalmente es sentarse a mirar hacia el norte.
Un guía militar explica los puntos destacables para tener en cuenta: el complejo industrial de Kaesong o el monte Songhaksan.
La historia de Kaesong es increíble. Dos países “en guerra” se pusieron de acuerdo para hacer negocios. Pasó en 2002, cuando el sur requería de mano de obra barata y el norte, dinero. Ambos tenían para ofrecer lo que el otro necesitaba.
Auge y caída de Kaesong
Las empresas surcoreanas se instalaron 10 kilómetros al norte de la frontera y construyeron en 2004 una serie de fábricas y edificios. El complejo funcionó hasta 2016. El sur cerró abruptamente sus operaciones cuando el norte ejecutó pruebas nucleares.
Actualmente, Kaesong es un pueblo fantasma. Al igual que Kijong-dong, el “poblado” norcoreano visible desde el observatorio y que de poblado no tiene nada. Al menos, eso dicen los surcoreanos, ya que dicen tener pruebas de que se trata de una “aldea de propaganda”, es decir, una ciudad creada para hacer pensar que en el norte tienen prosperidad económica.
Dicen que los edificios tienen ventanas pintadas en los muros o que las luces eléctricas funcionan con temporizadores automáticos.
El guía se jacta de que diferenciar Corea del Norte de Corea del Sur es muy fácil, ya que todo lo que tiene vegetación es el sur, mientras que el norte está completamente deforestado. Aseguran que del otro lado se están quedando sin árboles, ya que los talaron para conseguir algo de leña ante la falta de energía de sus “hermanos” comunistas.
La “guerra” de los mástiles
En la terraza del Dora hay binoculares para mirar al norte en detalle. Comentan que si uno tiene suerte, puede ver a militares norcoreanos patrullando su territorio. No tuve. Pero sí pude contemplar en todo su esplendor una de las más grandes obras norcoreanas: el mástil de Panmunjom.
En 1982 se inició otra guerra, pero no bélica. El gobierno de Corea del Sur subió la bandera que tenían en la frontera hasta los 100 metros de altura. La respuesta del norte no tardó en llegar: un mástil de 160 metros daría cuenta del poderío comunista. Fue hasta 2010 la bandera más alta del mundo, siendo destronada por la bandera de Azerbaiyán en Bakú.
En el sur se rindieron, pero no sin antes comentar que cuando hay viento y lluvia la bandera de Corea del Sur flamea orgullosa, mientras que los del norte deben sacarla ante el temor de que se rompa. “Nosotros tenemos más banderas, las podemos cambiar. Ellos no”, me dice un surcoreano del grupo.
Arte e historia en una zona de guerra
Dentro de las instalaciones militares, en el Camp Greaves, los búnkeres estadounidenses que antes fueron epicentro del conflicto armado hoy son usados como galerías de arte. Algo similar a lo que hizo Alemania con los restos del muro de Berlín.
La tradición dice que la puerta del búnker debe ser abierta por el visitante más lejano. Con 27 horas de vuelo en el cuerpo, todos miraron a este chileno, así que me tocó sacar la cara por el mejor país de Chile, hermano.
Las obras “One” de Myeongbeom Kim y “Do Not Cross This Line” de Lee Seunggeun se exponen ahí. La primera es para contemplar en silencio y reflexionar, mientras que la segunda es toda una experiencia audiovisual inmersiva.
Después de subir una colina, llegamos al museo que se encarga de atesorar las historias de la Guerra de Corea. Los trajes militares de la época están preservados, junto a imágenes y testimonios. El más destacado es el de Woo-Geun Lee.
El adolescente de 16 años fue parte de la guerra mientras era estudiante. Se enlistó y murió en el campo de batalla defendiendo a su país. En un bolsillo encontraron una carta que le había escrito a su madre, donde le hablaba de su miedo a la destrucción y a peder la vida.
“Querida madre, maté a alguien”, partió diciendo. “Tiré una granada (…) le arranqué las piernas y los brazos. Fue una muerte cruel. Aunque son enemigos, creo que también son personas”.
Para los surcoreanos es una historia muy relevante e incluso inspiró la película “71: Into the Fire”.
La experiencia en la frontera coreana es tremendamente interesante, aunque en el fondo es la máxima expresión de la victoria del capitalismo. Todo el tour cargado de historia, cultura y el drama de un país dividido, angustiado y atormentado por la guerra termina con el paso obligado por una tienda de recuerdos: me compré un par de imanes.
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