Que alguien les diga a los hinchas del Bucaramanga que no es un sueño, que alguien los despierte para que se den cuenta de que es real, de que vencieron a Santa Fe 1-0 en el partido de ida de la final de la Liga y que están muy cerca de ser campeones. O quizá ellos no quieren despertar, quizá quieren seguir viviendo este momento como si fuera fantasía, la más grande de su historia.
La final comenzó como deben ser las finales, con esa euforia, una algarabía descomunal, con la lucha simbólica entre amarillos y rojos. Pero cuando rodó la pelota, una tensión bajó desde los cielos santandereanos y se apoderó de cada hincha, de cada alma. Empezó el ritual de la angustia. Los de Bucaramanga no se acordaban cómo era eso, el recuerdo es muy lejano. Los de Santa Fe lo tiene más fresco y están algo más curtidos en sufrimientos.
En la cancha, las dos manadas fueron al choque, leopardos y leones disputando la pelota como lo que es, una presa redonda de cacería. En dos equipos que se defienden tan bien, no hubo espacio para los timoratos. Ambos salieron a jugar con la valentía de las fieras salvajes, a conquistar la selva rival. Y ambos pensaron en la media distancia como la mejor fórmula para superar esos muros defensivos. En Bucaramanga probó Flores, fue el primero que se animó, le resultó un rematico fácil, pero en una final eso era suficiente para que el estadio temblara.
Quedaba claro que era una final de arquerazos. Es más, Marmolejo se lanzó una vez más y evitó el gol de Jhon Córdoba cuando la afición amarilla ya desahogaba su gol atorado. Mientras tanto, las otras figuras no brillaban. A Hugo Rodallega lo contenían con feroces zarpazos de leopardo. A Fabián Sambueza lo anulaban los leones con colmillos enterrados hasta en las medias.
Sin embargo, el partido tuvo un momento de máxima tensión, de esas jugadas que provocan infartos colectivos sin importar el color de la camiseta, sin importar si los hinchas estaban en el estadio o en la distancia. Una jugada para contener el aliento. Fue de Bucaramanga. Una ofensiva de dientes afilados. Sambueza, al fin libre de sus cazadores, lanzó el remate, la pelota iba a encontrarse con la red, a darse el beso de la gloria, pero en ese momento los que rezaron más fuerte fueron los que presumen de su santa fe. La pelota chocó con el vertical y no se sabe con qué ayuda divina, suficiente para que cayeran desmayados en las tribunas amarillas y en las rojas, pero la pelota rebotó, viva como si estuviera en llamas, y mientras los rojos lanzaban sus plegarias, Hinestroza sacó el otro disparo, esta vez no fue el palo, fue la pierna de Marmolejo, firme y larga como un mástil, la que evitó el gol. Con eso se acabó el primer tiempo. Los hinchas de Bucaramanga se sintieron superiores; los de Santa Fe se sintieron invencibles.
Bucaramanga, en toda su inmensidad de ciudad y de pasión presentía el gol. A Santa Fe no le alcanzaba con rezar, el equipo era inferior. Y sí, llegó el gol, qué cuenten los hinchas de Bucaros cómo se siente, uno se lo puede imaginar por los gritos, las lágrimas, los aplausos. Fue Hinestroza el que iba pisando el área, esperando, sigiloso, decidido a ser el héroe, y la pelota le cayó justo en sus pies en un centro rastrero de Castro que nadie en Santa Fe logró despejar. Hinestroza sacó el remate y la muralla de Santa Fe quedó destrozada, Marmolejo ya no puedo hacer milagros. La pelota fue adentro, 1-0.
Iban 69 minutos y eso fue todo. Bucaramanga sueña y no quiere despertar; Santa Fe apela a su realidad: su furia en casa.
PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
@PabloRomeroET
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