Hasta las centenarias piedras de Cuatro Caminos sabían que Morante de la Puebla reaparecería en su Feria de Santiago. Sonreían los aficionados con el esperado regreso. «¡Que vuelve Morante!», era la frase del día. El próximo martes será el que ya llaman ‘acontecimiento de julio’. … Pero el estreno trajo una novillada de barro y épica con un armónico y buen conjunto de Casasola, al que le colgaban las orejas. De todo pasó, con los novilleros muy entregados y una durísima cogida de Marco Pérez, el último fenómeno del toreo.
Antes de la lluvia, hubo polvareda en el primero de la tarde, con Navalón envuelto en una nube oscura. Variado y con tremenda decisión desde que se marchó a la puerta de chiqueros. Y de rodillas abrió también la faena, con un farol. Ni los efectos especiales en una película lograrían tal efecto de polvo. Con suave tacto trató al noble pero mermado de poder novillo, al que trató de alargar el viaje. Buscó la complicidad de público y banda en los invertidos y el arrimón final, con un desplante de rodillas a cuerpo limpio. Pero habría más: unas ceñidas bernadinas finales. Feo cayó el acero, aunque no fue óbice para la concesión del primer trofeo.
Con los paraguas ya abiertos en el tendido, salió Mordedor. Era el segundo paseíllo de Marco Pérez este sábado. De su triunfo en Mont de Marsan a la arena tabaco de Santander. Con soltura manejó el capote en el saludo, de rodillas y en pie. Con el animal cantando la gallina, se echó el capote a la espalda en unas gaoneras. Directo se le fue el novillo, que se lo llevó por delante en una dramática imagen: voló por lo aires en una durísima caída. Sobre la arena, el novillo lo pisoteó en la arena y lo izó por el glúteo. Muy fea la cogida. Tremenda. A la enfermería se lo llevaron prestos sus hombres.
Por el percance, se hizo cargo del animal Navalón, que dejó la montera en la puerta de la enfermería. Y allí pudo acabar el de Ayora, cuando Mordedor lo prendió por detrás cuando iba a cerrar una serie con el de pecho.
A mares llovía en el tercer novillo, candidato al pañuelo verde. Con gusto planteó la faena Javier Zulueta, el joven que deslumbró en Olivenza.
Cada vez más impracticable estaba el ruedo. Diluviaba y había charcos que eran un arroyo. Pésimo el estado y muy peligroso. Era una insensatez seguir, pero los toreros querían continuar lo empezado y a las ocho menos cuarto se plantaba de nuevo a portagayola Navalón para recibir al cuarto, un punto más fuerte que sus anteriores hermanos. El novillero hecho en Albacete, al que la lluvia impidió torear en Pamplona, no quiso dejarse nada dentro. Y con tremenda disposición anduvo. Pero ahí resbalaban novillero y novillo. Embarradas las medias, embarrado hasta la orejas el torero en aquella pista de patinaje. De nuevo se deslizó en aquel barrizal, ahora en un intento de molinete. Para seguir luego con asiento y mucha capacidad por ambos pitones. Loable su esfuerzo. Y con raza hasta el final. Hasta los gavilanes enterró ahora el acero para ganarse el doble trofeo.
Pasadas las ocho, con la noche ya encima de Cuatro Camino, arreciaba la lluvia cada vez más. Pero a los toreros, de otra pasta, les daba igual. Y allí, en medio de una atronadora ovación, estaba Marco Pérez, que salió del hule para dar cuenta del segundo de su lote. Completamente magullado, con la nariz como la de un boxeador noqueado y con alguna uña arrancada, el prodigio salmantino tiró de casta desde el recibo, donde el castaño metió la cara con clase. Tenía muy buena condición este Chicanillo y Marco lo exprimió por la senda del del valor y de la casta de los que están llamados a ser alguien en la Fiesta, con esa difícil facilidad. Un nudo en la garganta cuando el castaño lo prendió: otra paliza. Pero Pérez regresó a la cara del casasola, más roto ahora, escribiendo los más emotivos pasajes sobre el barro. El descabello dejó el premio en una solitaria oreja. Para colmo, se cortó con el verduguillo en el pie.
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Coso de Cuatro Caminos.
Sábado, 20 de julio de 2024. Primera de feria. Más de media entrada. Novillos de Casasola, de muy bonitas hechuras y buen juego en conjunto; destacaron especialmente el 5º y el 6º, con clase y ritmo excepcionales. -
Samuel Navalón,
de sangre de toro y oro. Estocada corta caída (oreja tras aviso). En el segundo, que matón¡ por Marco, pinchazo y estocada (silencio). En el cuarto, espadazo (dos orejas). -
Marco Pérez,
de blanco y plata. Cogido en el segundo, pasa a la enfermería. En el quinto, estocada y tres descabellos (oreja con petición de otra). -
Javier Zulueta,
de rosa palo y oro. Pinchazo, estocada muy trasera y tendida y descabellos (silencio). En el sexto, pinchazo, media delantera y tres descabellos (palmas de despedida).
Trajo la cadencia Zulueta en el sexto. Qué bello toreo a la verónica. Tan natural. El sevillano brindó a los valientes que aguantaban en el tendido -muchos se refugiaron en las gradas-. Y con calma arrancó la faena a un novillo con una dulce calidad, con un ritmo exquisito. De almíbar también los muletazos. Qué despacito lo hizo todo, ofreciendo el pecho y con un sello que enamora. La última serie diestra, al ralentí, y con un cambio de mano de cartel, tuvo el ángel de lo distinto. Qué falta hacen toreros así, los toreros de la ilusión. Ideal para su concepto fue este Quitaluno, al que pinchó y se esfumó el cantado premio.
A pie se marchó Zulueta, que toreó como ninguno, mientras Navalón, con su enorme capacidad, era aupado a hombros y Marco, tras un esfuerzo sobrehumano, iba camino del hospital para ser explorado. Una tarde para recordar. Por las condiciones climatológicas, por toros y toreros. Memorable, la que nunca olvidaremos.
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