A las 9.53 de este jueves, en el número 633 de Pasteur, una calle angosta del barrio de Once en la ciudad de Buenos Aires, el sonido ensordecedor de una sirena produce escalofríos. Cientos de personas están reunidas allí para conmemorar, como cada 18 de julio desde hace 30 años, la hora exacta en que un coche bomba hizo volar por los aires el edificio de la AMIA, la mutual de la comunidad judía en Argentina, la más numerosa de América Latina. La sirena suena a la hora señalada y los familiares de los 85 muertos levantan sus fotos en blanco y negro. Acaba de llegar el presidente, el ultraderechista Javier Milei, un católico que se declara devoto del judaísmo, lee la Torá y tiene de guía espiritual a un rabino. Sobre el escenario, el presidente de la AMIA, Amos Linetzky, compara el atentado contra la mutual judía con el ataque del 7 de octubre de Hamás contra Israel. “El denominador común es Irán”, dice, “y el antisemitismo”. Luego será el turno de cinco familiares de víctimas. Con discursos hipnóticos, la voz siempre quebrada y en llanto, revivieron las muertes de aquel día.

“Encontré a Ile entre los escombros una semana después del atentado, el lunes a las cinco de la mañana. La reconocí por su anillo”, cuenta sobre el escenario de la calle Pasteur Ariel Mercovich, hermano de Ileana. La mujer tenía 21 años cuando murió en el estallido del edificio. Se había quedado a dormir en lo de su novio y aquel 18 de julio se acercó a la bolsa de trabajo de la AMIA porque quería pagarse sus estudios. Ariel dice que la culpa lo persigue 30 años después. “Si la hubiese ayudado no habría venido a la AMIA cuatro minutos antes de las 9.53. Lo que viví esos días se convirtió en pesadillas que me acompañaron durante muchos años. Parte de mí murió debajo de los escombros”.

La historia de Eliana se repite. El servicio laboral de la mutual reunía a decenas de personas todas las mañanas sobre a calle Pasteur, como a Emiliano Brikman, “que se levantó temprano, pese a que se día nos escuchamos música hasta las cinco de la mañana”, recuerda su hermana Jessica. Llama entones por teléfono un amigo que tenía que acompañarlo y se había quedado dormido. Me contó que habían volado la AMIA. Trepé entre los escombros, buscándolo. Como era instructor de karate era muy fuerte y esperaba encontrarlo deambulando por ahí. Lo encontraron destrozado a los siete días”, bajo los restos del edificio, cuenta Jéssica. Y levanta un brazo para mostrar un trozo de roca que estaba sobre el cuerpo de su hermano. “Dije que lo iba a tirar el día que hubiese justicia”, grita a la multitud que la escucha.

Están quienes se salvaron esa mañana por unos pocos minutos. Y otros que no debían estar allí cuando estalló el coche bomba. Mirta Strier trabajaba en AMIA y su turno empezaba al mediodía, pero el 18 de julio de 1994 decidió ir un poco antes “para sacar unas fotocopias relacionadas con la historia de la migración judía” en Argentina, recuerda hoy su hermana Patricia. “Sus hijos le habían pedido que dejase ese trabajo luego del atentado contra la embajada de Israel, en 1992, pero ella amaba lo que hacía”, lamenta Patricia. “El ensordecedor sonido de la sirena nos recuerda porque estamos acá”, dice entre lágrimas, al grito de “te amo hermanita”. “Hola, pa, soy Tamara, la más chica de tus siete hijos. Es la primera vez que me subo a este escenario”, dijo enseguida la familiar de Hugo Norberto Basilio. “Hoy tengo 31 años y te imagino todos los días de mi vida”. Karina Bolán recordó a su hermana Romina, que murió con 19 años porque pasaba frente a la AMIA en el momento del atentado. A pocas calles del edificio está la facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y la joven iba a inscribirse.

El acto fue una montaña rusa de sensaciones. A las 10.29 el sol asomó por detrás de la pantalla del escenario e iluminó los rostros de los familiares que lloraban ante las fotos de aquellos que habían muerto esperando justicia. Cada tanto se escuchó un “te amo, mamá”, o algún aplauso perdido. En primera fila estaba Milei, acompañado de algunos ministros, como Patricia Bullrich, a cargo de Seguridad, y Guillermo Francos, titular de la jefatura de Gabinete. Apenas hubo intercambios con los familiares, cansados de que cada Gobierno les prometa que ahora sí, que ha llegado el momento de tomarse las cosas en serio y que finalmente habrá responsables.

Siete presidentes pasaron desde el atentado a la AMIA, sin contar a Milei ni a los que se sucedieron en la última semana de diciembre de 2001 por la crisis del “corralito”. El presidente de AMIA, Linetzky, reprochó que la investigación judicial “más compleja de la historia argentina” no tiene siquiera un juez designado. Y cerró su discurso con una pregunta incómoda y un reclamo: ¿Cuántas décadas más tienen que pasar? ¡Hagan su trabajo!”.

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By Diario

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