Escuché con atención los discursos del presidente Gustavo Petro ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas cubriéndolo para El Colombiano. Casi dos horas de un recorrido histórico que atravesó desde “los imperios indígenas limitados por las montañas de los Andes” y los españoles, pasando luego por la guerra civil entre liberales y conservadores, el acuerdo de Benidorm entre Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez, hasta las mesas independientes de negociación que el Gobierno sostiene con el ELN y las disidencias de las Farc.
Toda esta prolongación innecesaria de una cátedra histórica al Consejo de Seguridad terminó con una propuesta sobre la mesa que preocupa por lo impredecible de Petro y que también sorprende por las coincidencias santistas en los conceptos de su discurso.
Repasemos el laberinto. Lo primero fue la propuesta del canciller Álvaro Leyva de querer proponer en la ONU una Constituyente para cumplir el Acuerdo de paz basándose en un acápite del mismo. Luego, para darle fuerza a esa teoría, vino una rarísima elucubración supuestamente intelectual del exfiscal Eduardo Montealegre para darle apariencia de suficiencia conceptual a semejante exceso antidemocrático: una constituyente decretada sin pasar por el Congreso basándose en la necesidad de cumplir el Acuerdo de paz.
Tras eso, un enérgico rechazo de todos los sectores políticos incluyendo a Santos menos de parte de Ernesto Samper. Y, luego, una reunión no avisada entre el expresidente y Petro que, repentinamente, cambió toda la base conceptual propuesta por Leyva y Montealegre y puso sobre la mesa otro concepto del corazón del gobierno Santos: el fast track.
Petro dijo en Naciones Unidas que no había cerrado las puertas a un acuerdo con la oposición para tratar de lograr un acuerdo nacional y la paz que no se ha conseguido, y enseguida habló del fast track con nueve puntos concretos. Pero esos nueve puntos los fundamentó en la necesidad de “cambiar las normas que no han cambiado la desigualdad”. “Si esta es la sociedad más desigual del mundo, ¿cómo no se van a cambiar las normas?”, fueron las palabras del presidente.
Mencionó programas de salud, vivienda, y habló de la reforma rural que se acordó en el Acuerdo de 2016 y no se ha desarrollado aún. Así las cosas estamos ante cuatro conceptos de fondo diferentes y que tienen implicaciones distintas: El Acuerdo nacional, que significa todo y nada; el poder constituyente, favorito del discurso presidencial; la Asamblea Nacional Constituyente; y ahora el fast track.
Querido lector, usted quizás no lo recuerda, pero el fast track se usó para aprobar reformas constitucionales que tenían por obligación ocho debates en el Congreso a solo tres. Y también implicó que la votación en bloque de las reformas fuera posible, no artículo por artículo como debería ser en unas instituciones democráticas en las que quien tiene la potestad para legislar es el Congreso.
¿Frente a qué estamos entonces? Es claro. Petro quiere pasar reformas de su plan de Gobierno bajo el fast track en debates en bloque y de tres sesiones bajo el argumento de que sus reformas son imprescindibles para garantizar la paz y la implementación. Y para que eso ocurra quiere tener al poder constituyente organizado y en alerta, por eso nombró a Daniel Rojas como ministro de Educación. Realmente Petro no es tan difícil de leer. Sus estrategias políticas son predecibles, seguramente asesoradas por los santistas que llegaron al Gobierno o han estado siempre tras bambalinas; quien no es predecible es él.
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