Si se encuentra en el hemisferio norte, probablemente sabrá que ha hecho bastante calor. Algunas partes de Estados Unidos se preparan para una ola de calor récord esta semana, mientras que los incendios forestales ya se están extendiendo por zonas del Oeste americano.
La ola de calor más temprana de la que se tiene constancia en Grecia provocó el cierre de la famosa Acrópolis de Atenas y el colapso y, en algunos casos, la muerte de varios turistas que practicaban senderismo en zonas del país mediterráneo. Más de una docena de peregrinos musulmanes murieron de insolación en el camino a La Meca, ya que el Hajj anual en Arabia Saudí se vio asolado por temperaturas extremas.
Todo esto parece normal. Antes del comienzo del verano, las olas de calor ya habían azotado distintos puntos del planeta, desde Bangkok hasta Barranquilla. “A finales de mayo, más de 1.500 millones de personas -casi una quinta parte de la población del planeta- soportaron al menos un día en el que el índice de calor superó los 39,4 grados Celsius, el umbral que el Servicio Meteorológico Nacional considera potencialmente mortal”, según mis colegas.
Mayo también marcó el duodécimo mes consecutivo durante el cual las temperaturas medias mundiales superaron todas las observaciones desde 1850.
Un informe publicado este mes por un grupo de 57 científicos sugiere que las actividades humanas fueron responsables del 92% del calentamiento observado el año pasado, que fue el año más caluroso del planeta jamás registrado. Los científicos también esperan que al menos uno de los años de la próxima media década supere el récord de temperatura media anual observado en todo el mundo en 2023.
“Los investigadores han vinculado el aumento de las temperaturas al patrón climático de El Niño y a décadas de calentamiento global debido a las emisiones humanas de gases de efecto invernadero”, escribió mi colega Scott Dance.
“Hace una década, los científicos habían estimado que las probabilidades de que el planeta se calentara 1,5 grados C” -el umbral superior a los niveles preindustriales a partir del cual se deletrea un desastre climático para el planeta, según el consenso científico– “para 2020 eran casi nulas. Ahora, la probabilidad de que eso ocurra en 2028 se estima en 8 de cada 10″.
En otras palabras, el desastre climático ya está aquí en muchos sentidos. A mediados de siglo, unos 5.000 millones de personas en el planeta “estarán expuestas a un mes de calor extremo peligroso para la salud cuando estén al aire libre bajo el sol”, según proyectaron mis colegas el año pasado. En 2030, esa cifra será ya de 4.000 millones de personas.
En abril, una ola de calor que batió récords en Asia disparó las temperaturas entre 37,7 y 48,8 grados Celsius en un arco que iba desde Filipinas hasta la India. “En toda Asia se están batiendo miles de récords, lo que constituye, con diferencia, el fenómeno más extremo de la historia climática mundial”, escribió en X el historiador de la meteorología Maximiliano Herrera.
“Cuando el aire es húmedo, el sudor no se evapora tan rápido, por lo que la transpiración no nos enfría como lo hace en ambientes más secos”, señaló Scott Denning, profesor de ciencias atmosféricas de la Universidad Estatal de Colorado. “En algunas zonas de Oriente Medio, Pakistán y la India, las olas de calor del verano pueden combinarse con el aire húmedo que sopla del mar, y esta combinación puede ser realmente mortales. Cientos de millones de personas viven en esas regiones, la mayoría sin acceso a aire acondicionado interior”.
Este supuesto efecto del cambio climático también ilustra la creciente división global en cómo se experimenta. “Las proyecciones a largo plazo indican que el calentamiento futuro también dará lugar a inviernos más suaves, que no afectarán a la población del Norte Global rico”, escribió mi colega Harry Stevens.
“Pero en los países más cálidos y menos ricos -los lugares donde la gente tiene menos posibilidades de comprar aparatos de aire acondicionado, donde los trabajadores pobres menos pueden permitirse faltar al trabajo, donde el agua es más escasa y la red eléctrica más inestable- el calor del verano se hará más peligroso”, añadió.
Por una buena razón, los expertos en salud pública temen por la resiliencia de las comunidades que viven en la era del cambio climático. El último Índice Mundial de Resiliencia de la Encuesta de Riesgos, elaborado por la Fundación Lloyd’s Register a partir de datos recogidos por Gallup, constató un aumento global entre 147.000 personas encuestadas en 142 países de “personas que dicen que no pueden hacer nada para protegerse a sí mismas y a sus familias del impacto de un futuro desastre”.
El cambio climático se cierne sobre estos sentimientos, alimentando lo que los autores del índice sugieren que es “una pérdida global de agencia y un creciente sentimiento de impotencia”. El índice puntúa los niveles de resiliencia individual y social -definida como “la capacidad de las personas para hacer frente a las conmociones a las que se enfrentan en su vida y para volver a la ‘normalidad’ o casi normalidad después”- en todo el mundo.
Nancy Hey, Directora de Pruebas y Conocimientos de la Fundación Lloyd’s Register, una organización benéfica independiente de ámbito mundial, me dijo que la investigación del grupo “muestra claramente que algunas personas son más vulnerables que otras, y que la quinta parte más pobre de los hogares tiene desproporcionadamente más probabilidades de tener puntuaciones de resiliencia más bajas que los más acomodados”.
Añadió que las disparidades de género también entran en la ecuación: “Las puntuaciones de resiliencia de las mujeres también son iguales o inferiores a las de los hombres en los 141 países del Índice, lo que subraya la importancia de capacitar a las mujeres como elemento clave de las intervenciones de resiliencia climática”.
Pero la evolución política en Occidente no sugiere que se preste mucha atención a estas cuestiones. En Europa, las políticas ecológicas han provocado una reacción nacionalista de derechas tanto en las elecciones nacionales como en la reciente votación parlamentaria de la Unión Europea.
En Estados Unidos, los científicos federales de varias agencias centradas en el medio ambiente intentan desesperadamente encontrar la manera de proteger su trabajo y sus mandatos gubernamentales en caso de que vuelva al poder el expresidente Donald Trump, enemigo declarado de muchas de las normativas y protecciones que defienden.
Mientras tanto, suenan las alarmas climáticas. “Desde hace un año, cada giro del calendario ha hecho subir la temperatura”, dijo este mes el secretario general de la ONU, António Guterres. “Nuestro planeta está intentando decirnos algo. Pero parece que no escuchamos”.
(c) 2024, The Washington Post
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