La euforia que vive Javier Milei después de su “semana perfecta” contrasta con la ansiedad reinante en su Gabinete, un equipo que sufre el desgaste de seis meses de conflictos y en el que no abundan los lazos de camaradería. La hermandad presidencial cavila en secreto un nuevo gobierno para la etapa que empieza, en la que el relato pierde terreno ante el peso de la responsabilidad.
La “casta inmunda que pone palos en la rueda” acaba de darle a Milei las dos leyes que pedía para administrar por decreto y demostrar que puede ser viable su revolución de libre mercado. Se desató el nudo de la gobernabilidad, un éxito innegable, y llega la delicada hora de la gestión para el presidente que alcanzó el poder sin legisladores suficientes, sin partido, sin gobernadores, sin intendentes, sin sindicalistas y que a poco de jurar decidió enfrentarse a la mayoría actual de la Corte Suprema.
Milei ya dijo que con la Ley Bases en la mano iba a reformular su equipo. Esa declaración, de hace casi un mes, eyectó del cargo al jefe de Gabinete, Nicolás Posse, y puso en guardia a todos los ministros. En paralelo explotó la crisis de Capital Humano, que hizo tambalear a la amiga presidencial Sandra Pettovello. Las intrigas palaciegas arreciaron, alimentadas por filtraciones digitadas por los dos Milei.
El resultado legislativo y la confirmación de que la inflación profundizó en mayo el sendero descendente apenas disimularon la agitación interna. El ministro Luis Caputo, a quien Milei llama “rockstar”, resiste la incorporación de su histórico rival Federico Sturzenegger como ministro de Modernización. El Presdente no termina de definir los “contornos” del nuevo cargo. Lo imaginó como el gestor una gran desregulación promovida a partir de las facultades que le está por otorgar el Congreso. Pero es muy difícil que esa tarea no invada de una forma u otra el territorio de Caputo.
El peso específico de Sturzenegger y su sintonía ideológica con Milei lo convierten, además, en una alternativa de posible recambio en el Palacio de Hacienda, a ojos de fuentes que hablan de manera cotidiana con el actual ministro.
Milei no quiere ruidos en la economía. La celebración oficial de un set de números macro elegidos a mano (la inflación, los superávits gemelos) no tapan la gravedad de la situación. El tamaño de la recesión es una amenaza latente que el Gobierno ataca con una apelación a la esperanza de la sociedad, al menos del sector que decidió por mayoría terminar con un modelo político-económico que empujó a la Argentina a la decadencia.
Las cifras positivas se sostienen en instrumentos que serían herejías para un liberal de raza: el impuesto PAIS, por ejemplo, explica gran parte del resultado fiscal y a la vez cristaliza el cepo cambiario, una cruz para cualquier ilusión de atraer inversiones.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) reclamó otra vez por la “calidad del ajuste” después de elogiar el cumplimiento de las metas del acuerdo y destrabar otro giro de 790 millones de dólares. Los gestos almibarados de Milei hacia la directora gerente del organismo, Kristalina Georgieva, al encontrarse con ella en Italia fueron el reflejo de una necesidad. El Presidente se propone ayudar a Caputo a destrabar fondos frescos (entre 8000 y 10.000 millones de dólares) para acelerar el proceso de normalización de la economía.
La decisión de China de renovar el tramo del swap que acordó con Alberto Fernández y Sergio Massa el año pasado llevó un alivio gigantesco al Gobierno. La canciller Diana Mondino lo festejó también como quien salva un match point. Es una de las ministras cuyo destino se definirá en los próximos días. A fuerza de reproches filtrados a la prensa, un modus operandi ya habitual de los Milei, su continuidad quedó en veremos. “La tiene marcada Karina. No hay nada peor que eso”, explica una fuente libertaria. Dejarla fuera de la comitiva que fue al G7 pareció una sentencia de salida.
Para un país deudor, la diplomacia resulta una actividad vital. ¿Puede darse el lujo la Argentina de sembrar dudas sobre su canciller? En la Casa Rosada anticipan una definición rápida (de ratificación o recambio).
En la lista de anotados para el cargo se posicionó Daniel Scioli, aunque en la Casa Rosada no creen que Milei quiera darle a un exkirchnerista un puesto de semejante figuración. Será que el poder redentor de las fuerzas del cielo tiene un límite. Gerardo Werthein, empresario y embajador en Estados Unidos, estrechó sus lazos con Milei y fue su sherpa en el G7. Hay quienes ponen el ojo en el economista Demian Reidel, que suma millas junto al Presidente, a quien tiene fascinado con su visión optimista sobre la inteligencia artificial. Es, además, un incipiente “karinista”, según lo pintan en el oficialismo. Todo un activo.
Milei ha vivido días de alta intensidad diplomática. El salvavidas chino del swap viene con una invitación endiablada a visitar Pekín para besar el anillo de Xi Jinping. El “máximo exponente de la libertad en el mundo” se adentrará en las entrañas del monstruo comunista. ¡Qué guion para la próxima entrega de “Terminator”!
La deconstrucción de Milei con China es puro pragmatismo. En su lógica, no se abraza al enemigo gratis: en Bari hizo todo lo posible porque no se lo viera ni cerca de Luiz Inácio Lula da Silva, a quien llamó “corrupto” y “comunista” durante la campaña. No mostró el menor interés por sacar a la relación con el principal socio regional del ámbito de los diplomáticos profesionales.
La cumbre del sur de Italia volvió a ponerlo frente a la figura del papa Francisco. La calidez que puso Milei para saludar al pontífice contrastó con la incomodidad por las palabras que le escuchó luego. Fue escéptico sobre el papel de la inteligencia artificial en el futuro de la humanidad y cuestionó “las estrategias que buscan debilitar a la política y reemplazarlas con la economía”. Como suele pasar, el Papa no habla sobre Argentina, pero qué difícil es no leer lo que dice en clave local.
Venía de recibir en el Vaticano a Axel Kicillof, una visita que desde la Casa Rosada se siguió con especial atención. Hay orden estricta de no comentar esos movimientos ni de subir al ring de “la casta” a la Iglesia local, pródiga en las últimas semanas en señales críticas a la política social del gobierno libertario.
El ojo está puesto en el área que conduce Pettovello. La ministra confirmó el jueves que no renuncia, que quiere seguir y que se siente en condiciones de manejar el elefante burocrático que le entregó su amigo Milei (con Desarrollo Social, Trabajo, Cultura, Ciencia, Educación y la Anses a su cargo). Sumó después al macrista Lucas Fernández Aparicio como jefe de Gabinete, en busca de experiencia.
Su futuro, de todos modos, sigue sometido a un vendaval de especulaciones. A mitad de semana el rumor de su salida solo quedó asordinado porque la tensión estaba puesta en la electrizante votación del Senado.
“Javier no la va a entregar. Si ella quiere seguir, es que va a seguir”, traduce un legislador de excelente llegada al círculo de poder mileísta.
Pettovello se ofrece como una luchadora contra la corrupción, pero su flaqueza está en la calidad de la gestión. Ya se vio en el escándalo por los alimentos almacenados que no había sido capaz de distribuir. Fuera de micrófono arrecian las quejas sobre otras áreas a su cargo, como por ejemplo Trabajo. En los encuentros de empresarios es habitual oír sesiones de catarsis por la falta de asistencia del Gobierno ante una creciente conflictividad social en fábricas y plantas de distintas industrias.
¿Será el momento de dividir el megaministerio? ¿O entrarán figuras de peso para hacerse cargo de las secretarías más relevantes? Se espera el regreso de Milei para conocer la respuesta. Pero existe consenso en el oficialismo de que será muy difícil seguir como hasta ahora.
Un ministro al que le cuentan los días es el de Salud, Mario Russo. Empresarios del sector dicen haber recibido mensajes que confirman ese destino. Le atribuyen a Santiago Caputo estar trabajando en el recambio junto con al asesor sin cargo Mario Lugones, verdadero hombre fuerte de la política sanitaria.
El Caputo joven también tercia en la interna del Ministerio de Justicia, donde Mariano Cúneo Libarona, vive en la mira. Allí tiene como mano ejecutora al número dos, Sebastián Amerio. La interna, comentan en el Gabinete, se torna inmanejable.
Aunque su estrella sigue encendida en la galaxia libertaria, también Patricia Bullrich sufre la agitación de vivir en un gobierno en transición. La inquietan los cambios en el área de Inteligencia, también digitada por Santiago Caputo, porque amenazan con quitarle herramientas para el combate del narcotráfico y el crimen organizado. No se quedará quieta.
En ese mar turbulento opera con cintura conciliadora Guillermo Francos, el jefe de Gabinete que reemplazó a Posse. Es la encarnación del realismo. Se instaló una frase irónica en el oficialismo: “No miren lo que Javier dice sino lo que Guillermo hace”.
Para lograr la versión adelgazada de la Ley Bases y el paquete fiscal usó todas las cartas de negociación que tuvo a mano. El manual de la política de siempre incluyó promesas de obras, cargos y algún que otro apriete para convencer a los díscolos de hacer favores de último momento. El más notorio fue la retirada del recinto de los santacruceños José Carambia y Natalia Gadano durante la votación en particular de la Ley Bases. Esa ausencia resultó clave para que no se cayeran la delegación de facultades, las privatizaciones y otras reformas sin las cuales el texto aprobado hubiera quedado casi vacío. Así, pese a su rechazo al proyecto, pudieron salvar un aumento en las regalías mineras que resulta fundamental para el gobernador Claudio Vidal.
La “casta” tuvo incluso sus momentos de reivindicación, como cuando se aprobó con dos tercios (libertarios incluidos) la eliminación de un artículo (el 111) que emplazaba al Gobierno a revisar 2 puntos del PBI de gasto tributario y beneficios impositivos a sectores no competitivos. Se festejó como un gol entre las empresas beneficiadas por el régimen especial de Tierra del Fuego.
Más allá de la forma en que alineó los votos en un escenario hostil, el éxito de Francos fue haber convencido a Milei de que lo importante era que saliera una ley, sin obsesionarse con el contenido. La explosión positiva de los mercados al día siguiente probó esa tesis: el mundo desconfiaba, ante todo, de la capacidad de este gobierno de pasar sus reformas por un Congreso abiertamente opositor.
Para que todo saliera bien fue clave Victoria Villarruel. No solo por su voto de desempate sino por la gestión de los detalles que en una sesión agónica separan el éxito del fracaso. ¿Será suficiente para superar la paranoia mileísta sobre su lealtad?
Queda el desafío de la Cámara de Diputados, donde Francos intenta revivir los capítulos rechazados del Impuesto a las Ganancias y la reforma en Bienes Personales. Es difícil someter a más estrés a los radicales, cuya crisis quedó palmariamente expuesta con la postura abiertamente opositora en el debate del Senado del presidente del partido, Martín Lousteau.
Milei se propone dar vuelta la página cuanto antes. Francos le promete tener las leyes sancionadas antes del 9 de julio, a tiempo de reflotar el Pacto de Mayo, aunque haya que cambiarle el nombre.
El desafío consiste en superar la fase de desorganización administrativa, disimulada hasta ahora por la tensión exagerada con una clase política debilitada. Después del veranito, aumenta la presión por los resultados: cómo va a usar Milei la delegación de facultades, con qué celeridad podrá avanzar con las privatizaciones que promete, será capaz de ensamblar un nuevo equipo sostenido en la eficiencia.
Es el camino natural desde el reino del relato a la burocracia de la gestión. Con “la casta” doblegada, el bien más preciado es la idoneidad. No sea cosa que el éxito de ayer se convierta en la maldición de mañana.
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