Carlos Alcaraz debe ser el elegido. Si es que hubiera uno, no hay forma de que el aura no se haya abrazado a su raqueta. Ya había avisado cuando ganó el Abierto de Estados Unidos y se convirtió en el número uno del mundo más joven de la historia del ranking ATP. También lo hizo aquel domingo de julio en el que derrumbó a Novak Djokovic, el más humano de los dioses del tenis, para consagrarse nada menos que en Wimbledon. Ahora ya no queda espacio para dudas: esta vez levantó la Copa de los Mosqueteros en Roland Garros después de una batalla física y mental ante el alemán Alexander Zverev en la que prevaleció por 6-3, 2-6, 5-7, 6-1 y 6-2.
“Cuando era un niño llegaba a casa, prendía la tele y ponía este torneo”, dijo el pequeño campeón nacido en Murcia que acaba de materializar su anhelo. Cuando tenía doce años fue consultado, en una divertida entrevista, por cuál era su sueño. “Ganar Wimbledon y Roland Garros”, soltó. Apenas tiene 21 años y ya corporizó sus principales objetivos en el plano de la realidad. Y lo hizo después de cuatro horas y 19 minutos de colisión por la historia, en una Philippe Chatrier que vinculó al joven español llamado a dominar el circuito con grandes campeones del pasado.
Recibió el trofeo de manos del sueco Björn Borg, a cincuenta años del primero de sus seis títulos en París. Fue observado por el inefable rumano Ion Tiriac, el reconocido ex coach de Guillermo Vilas, que tiene cuatro espacios en el selectivo palco de leyendas. Ofreció su despliegue ante la mirada de Gastón Gaudio, quien celebró los 20 años de su conquista junto a su mujer Helena Ayerza y su pequeño hijo Vicente. “Planazo de domingo”, publicó Ayerza en sus redes sociales, con la imagen de las credenciales que reflejaban: “Invite Ancien Champion”.
Ni el poderío físico de Zverev ni la lesión en el antebrazo, por la que jugó vendado, que lo tuvo a maltraer durante el último mes pudieron ponerle un freno. Porque Alcaraz no es sólo una topadora. La caja multiuso que lleva encima cada vez que pisa una cancha contiene un par de herramientas más que la de la mayoría de sus rivales. Incluido Zverev, un hombre que tocó el número dos del mundo y ya había jugado otra final de Grand Slam en el US Open 2020.
Tampoco pudo detenerlo la ventaja de dos sets a uno que pudo establecer Zverev, quien tiene una fuerte causa por violencia de género contra su ex novia que la ATP decidió desestimar. Tanto en juego, tanto temor. Psicología pura a los ojos del mundo. El alemán sintió el mismo miedo a ganar que exhibió en aquella definición en el Abierto de Estados Unidos de la pandemia, cuando había ganado los dos primeros parciales ante el austríaco Dominic Thiem. Más allá de su jerarquía acaso jamás vaya a ganar un Grand Slam.
No pudo escapar del terror pero tampoco le encontró la vuelta a un Alcaraz que recuperará el número dos del mundo y se meterá de lleno, otra vez, en la que será la rivalidad más grande del próximo lustro ante el flamante número uno Jannik Sinner. No halló las respuestas porque juega al tenis como se juega ahora: con potencia, con fuerza, con fiereza, con rapidez. Todos atributos frecuentes en el presente que, a menudo, no alcanzan para contener a un rival más completo, capaz de jugar tan veloz como desee pero también de controlar las alturas, la celeridad del juego, los momentos y los espacios. Alcaraz juega como se juega ahora y como se jugaba antes.
Zverev lo explicó con insuperable claridad: “Los dos somos fuertes en lo físico, pero él es una bestia. La intensidad con la que juega es diferente de la de los demás. Puede hacer todo distinto; jugó diferente en el quinto set. Buscó profundidad y altura para que yo no pudiera generar potencia. Todo se volvió más lento, especialmente cuando apareció la sombra en la cancha”.
Alcaraz, el que juega distinto, también escribe la historia distinto. Con el título en Roland Garros se convirtió en el tenista masculino más joven -21 años y 33 días- en conquistar tres torneos de Grand Slam en tres superficies diferentes. Atrás quedaron su compatriota Rafael Nadal, el monarca absoluto de París, quien lo logró con 22 años en el Abierto de Australia de 2009, y el sueco Mats Wilander, que lo consiguió a los 23 en el Abierto de Australia de 1988.
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