12/06/2024


Cuando uno conoce a la familia Serna Gil no sabe qué es más sorprendente: fueron parte de los fundadores del barrio Niquía de Bello, son los propietarios de una de las poquísimas casas del Aburrá que tienen su propio pozo de agua con el que surten a sus vecinos cuando el agua se va y, como si fuera poco, la pareja que inició este linaje ya bordea los 100 años con una lucidez y jovialidad que más de un treintañero quisiera tener.

Pero vamos a hablar de otro tema que tiene a doña Graciela Gil y a don Darío de Jesús Serna en la boca de todos sus vecinos: ajustaron 75 años de casados, todo un récord que muy pocas relaciones alcanzan y que muchas personas no están dispuestas siquiera a intentar.

La historia de la unión de doña Graciela y don Darío bien pudiera parecer una novela romántica clásica pero con tintes bien paisas, pues esta incluye una vereda, el antiguo ferrocarril, las viejas industrias antioqueñas y la importancia de la pujanza y la palabra empeñada.

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Doña Graciela y don Darío tienen los recuerdos tan vívidos como si los sucesos rememorados hubieran ocurrido ayer. Al principio del diálogo con EL COLOMBIANO, ella es la “voz cantante”, mientras que él solo habla para precisar algún detalle que a su esposa se le pase. Doña Graciela, pese a lo suave de su voz, es enérgica y risueña.

Ella comienza contando con orgullo que ambos son de la vereda Sabaneta de Copacabana, él nació en el sector La Pita (hoy Sabaneta Baja) y ella “un poquito más arriba”.

Don Darío contó que “toda su vida” fue un tejedor de Fabricato que siempre tuvo claro que lo más importante era tener un techo sobre la cabeza. Por eso desde joven prefería seguir trabajando durante sus días de descanso para conseguir los pesos necesarios para construir su propio hogar.

“Yo siempre pensé que cuando me casara quería tener mi casita, por eso yo salía a pintar casas o a coger café o a criar marranitos para conseguir plata de más que la iba echando a una alcancía. Y cuando tenía 18 años empecé a hacer mi primera casita en el campo y cuando me casé ya la tenía hecha”, apuntó.

Amor a primer piropo

Doña Graciela rememoró detalles de ese romance que comenzó hace ya tanto tiempo, cuando ella tenía 15 años y él apenas rondaba los 20, algo muy habitual en ese entonces.

“Yo a Darío ya lo había visto antes en la vereda pero no habíamos hablado, tenía entendido que trabajaba en Fabricato. Un día mi mamá me trajo a Bello a tomarme una foto porque en Copacabana no había estudio para eso. Cuando estábamos en la estación del ferrocarril, me lo encontré ahí. Él me tiró un piropo, que decía que le parecía que estaba muy ’bonita’”, recordó la matrona entre sonrisas y sonrojos.

“Cuando yo la volví a ver con la mamá, la vi tan linda que le dije: ‘si fuera Dios le regalaría hasta el cielo’. Ella comenzó a reírse y más adelantico se volteó y me movió la mano como despidiéndose. Ahí me dije: ‘esta va a ser la señora mía’”, apuntó don Darío, ahondando en ese encuentro que selló el destino de ambos.

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Luego de esa primera declaración de amor, don Darío tuvo que esperar varios días para poder comenzar la relación a la vieja usanza, según recordó doña Graciela.

“Un domingo íbamos para misa de 5:00 a.m. en Copacabana, con mi papá, mi mamá y yo. Ya cuando nosotros subíamos, él se acercó a mi papá y le pidió permiso para conversar conmigo, porque yo era una muchachita de 15 años. Mi papá le dijo que tenía que hablar con mi mamá a ver si ella dejaba y mi mamá le dijo: ‘si ella quiere, usted verá’”, apuntó la señora.

Tras el inicio de ese ‘conversada’ ese día, ambientado por un buen desayuno montañero, fue que inició esa relación de ocho meses de noviazgo que finalmente se consumó en matrimonio el 29 de diciembre de 1948.

“Yo todavía siento que me hubiera casado apenas ayer. Para mí no han pasado los años. Ella es la mujer que yo le pedía a mi Diosito lindo: que no fuera brava o problemática. Y Graciela es una mujer sencilla y muy buena. Desde ese día que hablé con los papás de ella me dije: ¡Aquí fue!”, añadió don Darío.

Problemas superados con paciencia y amor

Tras esa unión en el altar han pasado 75 años, toda una vida en la que si bien los momentos buenos han sido la mayoría, los malos también se han hecho presentes. Por fortuna, según los esposos, la paciencia y el cariño mutuo han sido la clave para superarlos.

En su memoria de pareja están la llegada a la segunda casa en Sabaneta, pues ante las constantes discusiones de la familia de don Darío y su esposa, este prefirió erigir un segundo hogar para que los Serna Gil pudieran convivir “más bueno”. Ese día doña Graciela, pese a su delgada figura, fue capaz de alzarse todo el trasteo ella sola y salir para la nueva casa, hecho que hasta hoy sigue sorprendiendo a su señor esposo.

Posteriormente vendría una de las pruebas de fuego más importantes para la pareja pues años después y ya con dos hijos a bordo llegaron al barrio Niquía cuando todo eso “eran mangas, zarzas y piedras”, según recuerda doña Graciela tras 68 años. Infortunadamente, aparte del agreste terreno, en esa época una fuerte sequía azotó la zona, haciendo que buscar agua para el hogar fuera todo un suplicio.

“Me daba la 1:00 a.m., y yo bregando a coger una ‘ollaita’ de agua, o me tocaba lavar la ropa en la acequia por allá por la calle 60. Pero entonces a Darío le comentaron que tal vez por acá cerca de la casa podría haber un nacimiento. Y pues resultó que justo en el patio de la casa apareció un pozo de agua con 14 metros de profundo. Ya con ese pozo, que todavía existe, se nos compuso la vida”, añadió Graciela.

Otra prueba dura fueron las noches en las que don Darío llegaba pasado de copas. “Hubo un tiempo en que me gustaba mucho el aguardientico y hasta me gastaba el paguito en él. También tenía dizque muchos amigos que solo se aparecían para invitarlos a beber. Pero una vez se me enfermaron los hijos y justo ahí nadie me ayudó. Solo un amigo me colaboró a que me prestaran 100 pesos de la época, de palabra, para conseguir el remedio de los niños. Desde ese día dejé de malgastarme la plata y más bien me venía pa´ la casa con ella. Desde eso no volví ni a salir ni a beber”, recordó.

Tras 75 años de casados, hoy ella con 90 y él con 96 miran atrás con orgullo como su unión ha dejado 14 hijos y 35 nietos, todos ellos “muy queridos y muy buenos muchachos”, como los describen.

“Gracias a Dios ha habido muy pocas dificultades, vea no más que con 75 años de casados encima y nunca hemos pensado en separarnos. Claro que hemos tenido circunstancias malas, pero hemos podido salir adelante, porque uno para levantar 14 hijos y 35 nietos, todos muy buenas personas, hay que luchar mucho con paciencia y cariño”, resumió Graciela.

Doña Graciela y don Darío, con la experiencia de toda una vida juntos, ya tienen los pergaminos suficientes para aconsejar a esas parejas que hoy en día se embarcan en sus propias relaciones para que sus uniones lleguen tan lejos como las de ellos.

“Hoy en día hay gente que no dura ni un año porque con cualquier medio pelea se acaba todo. Yo les aconsejo que hay que tener mucha fortaleza, mucha paciencia y que hay que escoger bien con quien se casan”, apuntó ella.

Eso sí, al final se le salió una pequeña confesión:

– Cuando nos casamos yo ni sabía pa’ que se casaba uno.

– ¿Y hoy ya si sabe, doña Graciela?

– ¡Claro! Después de 75 años de matrimonio ya creo saber pa’ que es que se casa uno.

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Por Diario

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